Hay dos tipos de ofrenda que se enseñan consistentemente en las Escrituras: ofrendar al gobierno (que siempre fue obligatorio) y a Dios (que siempre fue voluntario).
Sin embargo, este tema ha sido confundido en gran manera por aquellos que malinterpretan el motivo de los diezmos del Antiguo Testamento. Las ofrendas no fueron principalmente regalos para Dios, sino impuestos para financiar el presupuesto nacional de Israel.
Como Israel era una teocracia, los sacerdotes Levíticos actuaban como el gobierno civil. Así que la ofrenda Levítica (Levítico 27:30-33) fue el precursor de los impuestos de hoy, como lo era también la segunda ofrenda anual que Dios requería para el financiamiento del festival nacional (Deuteronomio14:22-29).
Los impuestos de menos cantidades también fueron requeridos de la gente por la ley (Levítico 19:9-10; Éxodo 23:10-11). Así que el total de las ofrendas requeridas de los Israelitas no fue el diez por ciento, sino quizás más del 20 por ciento. Todo ese dinero se usaba para que funcionara la nación.
Los impuestos de menos cantidades también fueron requeridos de la gente por la ley (Levítico 19:9-10; Éxodo 23:10-11). Así que el total de las ofrendas requeridas de los Israelitas no fue el diez por ciento, sino quizás más del 20 por ciento. Todo ese dinero se usaba para que funcionara la nación.
Toda la ofrenda que se daba, aparte de lo que era requerido para la nación, era totalmente voluntaria (vea Éxodo 25:2; 1 Crónicas 29:9). Cada persona ofrendaba lo que estaba en su corazón ofrendar; ningún monto fue especificado.
A creyentes del Nuevo Testamento nunca se les ordenó que diezmaran. Mateo 22:15-22 y Romanos 13:1-7 nos relatan la única ofrenda que fue requerida durante el tiempo de la iglesia y esa era para pagar impuestos al gobierno. Es interesante que hoy, tanto en los Estados Unidos como en otros países del mundo, pagamos entre el 20 a 30 por ciento de nuestros ingresos al gobierno—una figura muy similar al requisito bajo la teocracia de Israel.
La directriz para nuestra ofrenda a Dios y Su obra se encuentra en 2 Corintios 9:6-7: “Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”.
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