Dios el Hijo: Su Muerte & Resurrección
[Marcos 9:31] Porque enseñaba a sus discípulos, y les decía: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer día.
En la Escritura se revela la muerte de Cristo como un sacrificio por los pecados de todo el mundo. De acuerdo a ello, Juan el Bautista presentó a Jesús con las palabras: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn. 1:29). Jesús, en su muerte, fue el sustituto muriendo en el lugar de todos los hombres. Aunque «sustituto» no es específicamente un término bíblico, la idea de que Cristo es el sustituto para los pecadores se afirma constantemente en las Escrituras. Por medio de la muerte vicaria los juicios justos e inconmensurables de Dios contra el pecador fueron llevados por Cristo. El resultado de esta sustitución es en sí mismo tan simple y definitivo como la misma transacción. El Salvador ya ha cargado con los juicios divinos contra el pecador a total satisfacción de Dios. Para recibir la salvación que Dios ofrece, se les pide a los hombres que crean estas buenas nuevas, reconociendo que Cristo murió por sus pecados y por este medio reclamar a Jesucristo como su Salvador personal.
La palabra «sustitución» expresa sólo parcialmente todo lo que se llevó a cabo en la muerte de Cristo. En realidad, no hay un término que pudiéramos decir que incluye el todo de esa obra incomparable. El uso popular ha tratado de introducir para este propósito la palabra expiación; pero este vocablo no aparece ni una sola vez en el Nuevo Testamento, (En Hebreos 2.17 aparece éste vocablo referido a Cristo) y, de acuerdo a su uso en el Antiguo Testamento, significa solamente cubrir el pecado. Esto proveía una base para un perdón temporal «a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados» (Ro. 3:25). Aunque en los tiempos del Antiguo Testamento se requería nada más que el sacrificio de un animal para el remitir (literalmente «tolerar», «pasar por alto», Ro. 3:25) y el disimular (literalmente «pasar por alto» sin castigo, Hch. 17:30) de los pecados, Dios estaba, no obstante, actuando en perfecta justicia al hacer este requerimiento, puesto que Él miraba hacia la manifestación de su Cordero, el cual vendría no solamente a pasar por alto o cubrir el pecado, sino a quitarlo de una vez y para siempre (Jn. 1:29).
LO QUE IMPLICA LA MUERTE DEL HIJO
Al considerar el valor total de la muerte de Cristo deben distinguirse los siguientes hechos:
1. La muerte de Cristo nos da seguridad del amor de Dios hacia el pecador (Jn. 3:16; Ro. 5:8; 1 Jn. 3:16; 4.9); y en adición a esto hay, naturalmente, una acción refleja o requerimiento moral que se proyecta, a través de esta verdad tocante al amor divino, sobre la vida de los redimidos (2 Co. 5:15; 1 P. 2:11-25); pero no debe olvidarse que toda demanda referente a la conducta diaria no se dirige nunca a los inconversos sino a los que ya son salvos en Cristo.
2. La muerte de Cristo es una redención o rescate pagando las demandas santas de Dios para el pecador y para liberar al pecador de la justa condenación. Es significativo que la palabra discriminadora «por» significa «en lugar de» o «en favor de», y es usada en cada pasaje en el Nuevo Testamento donde se menciona la muerte de Cristo como un rescate (Mt. 20:28; Mr. 10:45; 1 Ti. 2:6). La muerte de Cristo fue un castigo necesario, el cual Él cargó por el pecador (Ro. 4:25; 2 Co. 5:21; Gá. 1:4; He. 9:28). Al pagar el precio de nuestro rescate Cristo nos redimió. En el Nuevo Testamento se usan tres importantes palabras griegas para expresar esta idea:
a) agorazo, que quiere decir «comprar en un mercado» (agora significa «mercado»). El hombre, en su pecado, es considerado bajo la sentencia de muerte (Jn. 3:18-19; Ro. 6:23), un esclavo «vendido bajo pecado» (Ro. 7:14), pero en el acto de la redención es comprado por Cristo a través del derramamiento de su sangre (1 Co. 6:20; 7:23; 2 P. 2:1; Ap. 5:9; 14:3-4);
b) exagorazo, que significa «comprar y sacar del mercado de la venta», lo que agrega el pensamiento no sólo de la compra, sino también de que nunca más estará expuesto a la venta (Gá. 3:13; 4:5; Ef. 5:16; Col. 4:5), indicando que la redención es una vez y para siempre;
c) lutroo, «dejar libre» (Lc. 24:21; Tít. 2:14; 1 P. 1:18). La misma idea se encuentra en el vocablo lutrosis (Lc. 2:38; He. 9:12), y otra expresión similar, epoiesen lutrosin (Lc. 1:68), y otra forma usada frecuentemente, apolutrosis, indicando que se libera a un esclavo (Lc. 21:28; Ro. 3:24; 8:23; 1 Co. 1:30; Ef. 1:7, 14; 4:30; Col. 1:14; He. 9:15; 11:35). El concepto de la redención incluye la compra, el quitar de la venta, y la completa libertad del rescate individual a través de la muerte de Cristo y la aplicación de la redención por medio del Espíritu Santo.
Así, también, la muerte de Cristo fue una ofrenda por el pecado, no semejante a las ofrendas de animales presentadas en tiempos del A.T., las cuales podían solamente cubrir el pecado, en el sentido de dilatar el tiempo del justo y merecido juicio contra el pecado. En su sacrificio Cristo llevó sobre «su cuerpo en el madero» nuestros pecados, quitándolos de una vez y para siempre (Is. 53:7-12; Jn. 1:29; 1 Cor. 5:7; Ef. 5:2; He. 9:22, 26; 10:14).
3. La muerte de Cristo está representada en su parte como un acto de obediencia a la ley que los pecadores han quebrantado, cuyo hecho constituye una propiciación o satisfacción de todas las justas demandas de Dios sobre el pecador. La palabra griega hilasterion se usa para el «propiciatorio» (He. 9:5), el cual era la tapa del arca en el lugar Santísimo, y que cubría la ley en el arca. En el Día de la Expiación (Lv. 16:14) el propiciatorio era rociado con sangre desde el altar y esto cambiaba el lugar de juicio en un lugar de misericordia (He. 9:11-15). De manera similar, el trono de Dios se convierte en un trono de gracia (He. 4:14-16) a través de la propiciación de la muerte de Cristo. Una palabra griega similar, hilasmos, se refiere al acto de propiciación (1 Jn. 2:2; 4:10); el significado es que Cristo, muriendo en la cruz, satisfizo completamente todas las demandas justas de Dios en cuanto al juicio para el pecado de la Humanidad. En Romanos 3:25-26 Dios declara, por tanto, que El perdona en su justicia los pecados antes de la cruz, sobre la base de que Cristo moriría y satisfaría completamente la ley de la justicia. En todo esto Dios no está descrito como un Dios que se deleita en la venganza sobre el pecador, sino más bien un Dios el cual a causa de su amor se deleita en misericordia para el pecador. En la redención y propiciación, por lo tanto, el creyente en Cristo está seguro de que el precio ha sido pagado en su totalidad, que él ha sido puesto libre como pecador y que todas las demandas justas de Dios para el juicio sobre él debido a sus pecados han sido satisfechas.
4. La muerte de Cristo no sólo satisfizo a un Dios Santo, sino que proveyó las bases por medio de las cuales el mundo fue reconciliado para con Dios. La palabra griega katallasso, que significa «reconciliar», tiene en sí el pensamiento de traer a Dios y al hombre juntos por medio de un cambio cabal en el hombre. Aparece frecuentemente en varias formas en el Nuevo Testamento (Ro. 5:10-11; 11:15; 1 Co. 7:11; 2 Co. 5:18-20; Ef. 2:16; Col. 1:20-21). El concepto en cuanto a reconciliación no significa que Dios cambie, sino que su relación hacia el hombre cambia debido a la obra redentora de Cristo. El hombre es perdonado, justificado y resucitado espiritualmente al nivel donde es reconciliado con Dios. El pensamiento no es que Dios sea reconciliado con el pecador, esto es, ajustado a un estado pecaminoso, sino más bien que el pecador es ajustado al carácter santo de Dios. La reconciliación es para todo el mundo, puesto que Dios redimió al mundo y es la propiciación para los pecados de todo el mundo (2 Co. 5:19; 2 P. 2:1; 1 Jn. 2:1-2). Tan completa y de largo alcance es esta maravillosa provisión de Dios en la redención, propiciación y reconciliación, que las Escrituras declaran que Dios no está ahora imputando el pecado al mundo (2 Co. 5:18-19; Ef. 2:16; Col. 2:20).
5. La muerte de Cristo quitó todos los impedimentos morales en la mente de Dios? para salvar a los pecadores en los que el pecado ha sido redimido por medio de la muerte de Cristo, Dios ha sido satisfecho y el hombre ha sido reconciliado con Dios. No hay más obstáculo para Dios en aceptar libremente y justificar a cualquiera que cree en Jesucristo como su Salvador (Ro. 3:26). A partir de la muerte de Cristo el infinito amor y poder de Dios se ven libres de toda restricción para salvar, por haberse cumplido en ella todos los juicios que la justicia Divina podría demandar contra el pecador. No hay nadie en todo el universo que haya obtenido más beneficio que Dios mismo en la muerte de su amado Hijo.
6. En su muerte, Cristo llegó a ser el Sustituto que sufrió la pena o castigo que merecía el pecador (Lv. 16:21; Is. 53:6; Lc. 22:37; Mt. 20:28; Jn. 10:11; Ro. 5:6-8; 1 P. 3:18). Esta verdad es el fundamento de certidumbre para todo aquel que se acerque a Dios en busca de salvación. Además, éste es un hecho que cada individuo debe creer concerniente a su propia relación con Dios en lo que toca al problema del pecado. Creer en forma general que Cristo murió por el mundo no es suficiente; se demanda en las Escrituras una convicción personal de que el pecado de uno mismo fue el que Cristo, nuestro Sustituto, llevó completamente en la cruz. Esta es la fe que resulta en una sensación de descanso interior, en un gozo inexplicable y gratitud profunda hacia El (Ro. 15:13; He. 9:14; 10:2). La salvación es una obra poderosa de Dios, que se realiza instantáneamente en aquel que cree en Cristo Jesús.
FALACIAS CONCERNIENTES A LA MUERTE DEL HIJO
La muerte de Cristo es a menudo mal interpretada. Cada cristiano hará bien en entender completamente la falacia de las enseñanzas erróneas que sobre este particular se están propagando extensamente en el día de hoy:
1. Se afirma que la doctrina de la sustitución es inmoral porque, según se dice, Dios no podía, actuando en estricta justicia, colocar sobre una víctima inocente los pecados del culpable. Esta enseñanza podría merecer más seria consideración si se pudiera probar que Cristo fue una víctima involuntaria; pero, por el contrario, la Biblia revela que El estaba en completa afinidad con la voluntad de su Padre y era impulsado por el mismo infinito amor (Jn. 13:1; He. 10:7). De la misma manera, en el inescrutable misterio de la Divinidad, era Dios quien «estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo» (2 Co. 5:19). Lejos de ser la muerte de Cristo una imposición moral, era Dios mismo, el Juez justo, quien en un acto de amor y sacrificio de sí mismo sufrió todo el castigo que su propia santidad demandaba para el pecador.
2. Se asegura que Cristo murió como un mártir y que el valor de su muerte consiste en su ejemplo de valor y lealtad a sus convicciones. Basta contestar a esta afirmación errónea que, siendo Cristo el Cordero ofrecido en sacrificio por Dios, su vida no fue arrebatada por hombre alguno, sino que Él la puso de sí mismo para volverla a tomar (Jn. 10:18; Hch. 2:23).
3. Se dice que Cristo murió para ejercer cierta influencia de carácter moral. Es decir, que los hombres que contemplan el hecho extraordinario del Calvario serán constreñidos a dejar su vida pecaminosa, porque en la cruz se revela con singular intensidad lo que es el concepto divino acerca del pecado. Esta teoría, que no tiene ningún fundamento en las Escrituras, da por establecido que Dios está buscando actualmente la reformación de los hombres, cuando en realidad la cruz es la base para su regeneración.
Su Resurrección
La resurrección en el antiguo testamento
La doctrina de la resurrección de todos los hombres, así como la resurrección de Cristo, se enseña en el Antiguo Testamento. La doctrina aparece tan tempranamente como en el tiempo de Job, probablemente un contemporáneo de Abraham, y se expresa en su declaración de fe en Job 19:25-27: «Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí.» Aquí Job afirma no solamente su propia resurrección personal, sino la verdad de que su Redentor ya vive y más tarde estará sobre la tierra. Que todos los hombres serán al fin resucitados se enseña en Juan 5:28-29 y en Apocalipsis 20:4-6, 12-13.
Profecías específicas en el Antiguo Testamento anticipan la resurrección del cuerpo humano (Job 14:13-15; Sal. 16:9-10; 17:15; 49:15; Is. 26:19; Dn. 12:2; Os. 13:14; He. 11:17-19). La resurrección de Cristo se enseña específicamente en el Salmo 16:9-10, donde el salmista David declara: «Se alegró, por tanto, mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción.» Aquí David no solo afirma que él espera personalmente la resurrección, sino también que Jesucristo, a quien se describe como el «Único Santo», no vería la corrupción, esto es, no estaría en la tumba el tiempo suficiente para que su cuerpo se corrompiera. Este pasaje esta citado por Pedro en Hechos 2:24-31 y por Pablo enHechos 13:34-37 señalando la resurrección de Cristo.
La resurrección de Cristo se menciona también en el Salmo 22:22, donde seguidamente a su muerte Cristo declara que El anunciará su nombre a sus «hermanos». En el Salmo 118:22-24 la exaltación de Cristo de convertirse en la piedra angular se define en Hechos 4:10-11 significando la resurrección de Cristo. La resurrección de Cristo parece también estar anticipada en la tipología del Antiguo Testamento en el sacerdocio de Melquisedec (Gn. 14:18; He. 7:15-17, 23-25).
En forma similar, la tipología de las dos aves (Lv. 14:4-7), donde el ave viva es soltada, la fiesta de las primicias (Lv. 23:10-11), indicando que Cristo es las primicias de la cosecha de resurrección, y la vara de Aarón que floreció (Nm. 17:8) habla de la resurrección. La doctrina de la resurrección de todos los hombres, tanto como la resurrección de Cristo, se establece así en el Antiguo Testamento.
Las predicciones de Cristo de su propia resurrección
Frecuentemente, en los Evangelios, Cristo predice ambas cosas, su propia muerte y su resurrección (Mt. 16:21; 17:23; 20:17-19; 26:12, 28-29, 31-32; Mr. 9:30-32; 14:28; Lc. 9:22; 18:31-34; Jn. 2:19-22; 10:17-18). Las predicciones son tan frecuentes, tan explícitas y dadas en tan numerosos y diferentes contextos que no puede haber duda alguna de que Cristo predijo su propia muerte y resurrección, y el cumplimiento de estas predicciones verifica la exactitud de la profecía.
Pruebas de la resurrección de Cristo
El Nuevo Testamento presenta una prueba avasallante de la resurrección de Cristo. Al menos diecisiete apariciones de Cristo ocurrieron después de su resurrección. Estas son las siguientes:
1) Aparición a María Magdalena (Jn. 20:11-17; cr. Mr. 16:9-11)
2) aparición a las mujeres (Mt. 28:9-10)
3) aparición a Pedro (Lc. 24:34; 1 Co. 15:5)
4) aparición de Cristo a los diez discípulos, que se refiere colectivamente como «los once», estando Tomás ausente (Mr. 16:14; Lc. 24:36-43; Jn. 20:19-24)
5) aparición a los once discípulos una semana después de su resurrección (Jn. 20:26-29)
6) aparición a siete de los discípulos en el Mar de Galilea (Jn. 21:1-23)
7) aparición a los quinientos (1 Co. 15:6)
8) aparición a Santiago el hermano del Señor (1 Co. 15:7)
9) aparición a los once discípulos en la montaña en Galilea (Mt. 28:16-20; 1 Co. 15:7)
10) aparición a sus discípulos con ocasión de su ascensión desde el Monte de los Olivos (Lc. 24:44-53; Hch. 1:3-9)
11) aparición del Cristo resucitado a Esteban momentos antes de su martirio (Hch. 7:55-56)
12) aparición a Pablo en el camino a Damasco (Hch. 9:3-6; cr. Hch. 22:6-11; 26:13-18; 1 Co. 15:8)
13) aparición a Pablo en Arabia (Hch. 20:24; 26:12-18; Ga. 1:12, 17)
14) aparición de Cristo a Pablo en el templo (Hch. 22:17-21; cf. 9:26-30; Ga. 1:18)
15) aparición de Cristo a Pablo en la prisión en Cesárea (Hch. 23:11)
16) aparición de Cristo al apóstol Juan (Ap. 1:12-20). El número de estas apariciones, la gran variedad de circunstancias y las evidencias que confirman todo lo que rodea a estas apariciones, constituyen la más poderosa calidad de evidencia histórica de que Cristo se levantó de los muertos.
En adición a las pruebas que nos dan sus apariciones, puede aún citarse más evidencia que sostiene este hecho. La tumba estaba vacía después de su resurrección (Mt. 28:6; Mr. 16:6; Lc. 24:3, 6,12; Jn. 20:2,5-8). Es evidente que los testigos de la resurrección de Cristo no eran gente tonta ni fácil de engañar. De hecho, ellos eran lentos para comprender la evidencia (Jn. 20:9, 11-15, 25). Una vez convencidos de la realidad de su resurrección, deseaban morir por su fe en Cristo. Es también evidente que hubo un gran cambio en los discípulos después de la resurrección. Su pena fue reemplazada con gozo y fe.
Más adelante, el libro de los Hechos testifica del poder divino del Espíritu Santo en los discípulos después de la resurrección de Cristo, el poder del Evangelio el cual ellos proclamaron, y las evidencias que sostienen los milagros. El día de Pentecostés es otra prueba importante, ya que hubiera sido imposible haber convencido a tres mil personas de la resurrección de Cristo, quienes habían tenido oportunidad de examinar la evidencia si hubiera sido una mera ficción.
La costumbre de la Iglesia primitiva de observar el primer día de la semana, el momento de celebrar la Cena del Señor y traer sus ofrendas, es otra evidencia histórica (Hch. 20:7; 1 Co. 16:2). El mismo hecho de que la Iglesia primitiva nació a pesar de la persecución y muerte de los apóstoles, sería dejado sin explicación si Cristo no se hubiera levantado de la muerte. Fue una resurrección literal y corporal, la cual transformó el cuerpo de Cristo para su función celestial.
Razones para la resurrección de Cristo
Por lo menos pueden citarse siete razones importantes para la resurrección de Cristo.
1. Cristo resucitó debido a quien es Él (Hch. 2:24).
2. Cristo resucitó para cumplir con el pacto davídico (2 S. 7:12-16; Sal. 89:20-37; Is. 9:6-7; Lc. 1:31-33; Hch. 2:25-31).
3. Cristo resucitó para ser el dador de la vida resucitada (Jn. 10:10-11; 11:25-26; Ef. 2:6; Col. 3:1-4; 1 Jn. 5:11-12).
4. Cristo resucitó de modo que Él sea la fuente del poder de la resurrección (Mt. 28:18; Ef. 1:19-21; Fil. 4:13).
5. Cristo resucitó para ser la Cabeza sobre la Iglesia (Ef. 1:20-23).
6. Cristo resucitó para que nuestra justificación sea cumplida (Ro. 4:25).
7. Cristo resucitó para ser las primicias de la resurrección (1 Co. 15:20-23).
El significado de la resurrección de Cristo
La resurrección de Cristo, a causa de su carácter histórico, constituye la prueba más importante de la deidad de Jesucristo. Porque fue una gran victoria sobre el pecado y la muerte, es también una prueba de la validez del poder divino, como esta declarado enEfesios 1: 19-21. Dado que la resurrección es una doctrina tan sobresaliente, el primer día de la semana en esta dispensación ha sido apartado para la conmemoración de la resurrección de Jesucristo, y, de acuerdo a ello, toma el lugar en la ley del sábado, la cual ponía aparte el séptimo día para Israel. La resurrección es, por lo tanto, la piedra angular de nuestra fe cristiana, y como Pablo lo expresa en 1 Corintios 15:17: «Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.» Por haber resucitado Cristo, nuestra fe cristiana está segura, la victoria final de Cristo es cierta y nuestra fe cristiana esta completamente justificada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por comentar!
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.