La obligación que emana del nuevo nacimiento
Por: Dr. Félix Muñoz
“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía,
envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos,
la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación,
si es que habéis gustado la benignidad del Señor – 1 Pedro 2:1-3 (RVR)”.
Debido a que son
partícipes de la vida divina, los cristianos deberían echar de sí todos los
siguientes rasgos contra el amor:
Malicia —el abrazamiento
de malos pensamientos contra otra persona. La malicia alimenta el
antagonismo, edifica rencores y espera secretamente que el otro será alcanzado
por la venganza, el daño o la tragedia. George Washington Carver vio
rechazada su petición de admisión en una universidad porque era negro.
Años después, cuando alguien le preguntó el nombre de aquella
universidad, contestó: «No hay por qué. Aquello ya no importa». No
abrigaba malicia alguna.
Engaño —cualquier forma
de deshonestidad y añagaza (¡qué variedad de formas asume!)—. El engaño falsifica
las declaraciones de hacienda, copia en los exámenes, miente sobre la edad,
soborna a funcionarios y urde dudosos tratos en negocios.
Hipocresías —doblez, falsas
pretensiones, farsa. El hipócrita es un actor que pretende ser alguien que no
es. Pretende estar felizmente casado cuando su hogar es en realidad un campo de
batalla. Pretende ser espiritual los domingos pero es tan carnal como una cabra
durante la semana. Pretende estar interesado en los demás, pero sus motivos son
egoístas.
Envidias —los desnudos
celos—. Vine lo define como el sentimiento de desagrado suscitado al observar u
oír de las ventajas o prosperidad de otros. Fue la envidia lo que hizo que los
principales sacerdotes entregasen a Jesús a Pilato para ser muerto (Mt. 27:18).
La envidia sigue siendo un homicida. Las mujeres pueden asesinarse con
la mirada por los mejores hogares y jardines de las otras, vestidos más elegantes
o una cocina superior. Un hombre puede felicitar a otro por su nuevo auto o
lancha rápida, pero está pensando: «Ya verá éste. Conseguiré algo mejor que
él».
Detracciones —denigración,
murmuración maliciosa, vilipendio. La calumnia es el intento de mostrarse
limpio arrojando fango sobre alguna otra persona. Puede adquirir formas muy sutiles,
como: «Sí, es una persona encantadora, pero tiene este fallo…», y luego se le apuñala
diestramente. O incluso puede adquirir una pose religiosa: «Lo menciono sólo
para vuestra reunión de oración, pero, ¿sabíais que…?» y luego se asesina su
carácter. Todos esos pecados son violaciones del mandamiento fundamental de
amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. No es sorprendente que Pedro nos
dice que de manera decidida nos despojemos de tales cosas.
Una segunda
obligación que emana del nuevo nacimiento es tener un anhelo insaciable de la
leche espiritual no adulterada. Los pecados mencionados en los anteriores
versículos detienen el crecimiento espiritual; la buena palabra de Dios lo alimenta.
La frase como
niños recién nacidos no necesariamente significa que los lectores de Pedro
fuesen nuevos creyentes; puede que hubiesen estado salvados durante varios
años. Pero más mayores o menos en la fe, deberían sentir sed por la palabra así
como los recién nacidos claman por la leche. Tenemos una cierta idea de
la sed de un bebé sano por la manera impaciente, agresiva y decidida con la que
chupa y traga.
Mediante la leche
espiritual no adulterada, el creyente crece espiritualmente. La meta final
hacia la que se dirige todo crecimiento espiritual en esta vida es la
conformidad a la imagen de nuestro Señor Jesucristo.
Si es que habéis
gustado la benignidad del Señor. ¡Qué tremendo motivo para estar
sedientos por la leche espiritual no adulterada! El si no expresa duda
alguna: hemos gustado y visto que el Señor es bueno (Sal. 34:8). Su
sacrificio por nosotros fue un acto de indecible bondad y benignidad (Tit.
3:4). Lo que ya hemos gustado de Su benignidad debería avivar nuestro apetito
para alimentarnos más de Él. El dulce sabor de la comunión con Él debería
hacernos temer el pensamiento de jamás apartarnos de Él.
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