"Aconteció que mientras íbamos a la oración, nos salió al encuentro una muchacha que tenía espíritu de adivinación, la cual daba gran ganancia a sus amos, adivinando. Esta, siguiendo a Pablo y a nosotros, daba voces, diciendo: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación. Y esto lo hacía por muchos días; mas desagradando a Pablo, éste se volvió y dijo al espíritu: Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella. Y salió en aquella misma hora - Hch 16:16-18 (RVR)".
En otra ocasión, cuando Pablo y sus compañeros se dirigían al lugar de oración, se encontraron con una muchacha esclava que tenía un espíritu inmundo. Poseída por un demonio, podía predecir el futuro [aparentemente] y hacer otras asombrosas revelaciones. De esta forma, daba gran ganancia a sus amos.
Cuando tuvo un encuentro con los misioneros cristianos, y por muchos días después, fue siguiendo a Pablo y a los demás, y gritaba: «Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación (RVR). Lo que decía era verdad, pero Pablo sabía demasiado para aceptar el testimonio de demonios. Además, se sentía entristecido por la mísera condición de esta joven esclava. De modo que mandó al demonio, en el todopoderoso nombre de Jesucristo, que saliese de ella. De inmediato quedó liberada de esta terrible esclavitud, y se transformó en una persona racional y cuerda.
Los milagros se encuentran entretejidos a través de la narración del Escrito de Hechos. Los que se detalla a continuación son algunos de los más destacados:
- El milagroso don de lenguas (2:4; 10:46; 19:6).
- La curación del lisiado a la puerta del templo (3:7).
- La muerte judicial repentina de Ananías y Safira (5:5, 10).
- La liberación de los apóstoles de la cárcel (5:19).
- El encuentro de Saulo con el Cristo glorificado (9:3–6).
- La curación de Eneas por parte de Pedro (9:34).
- La restauración de Dorcas a la vida (9:40).
- La visión de Pedro del lienzo que descendió del cielo (10:11).
- La liberación de Pedro de la cárcel (12:7–10).
- La muerte de Herodes a manos del ángel (12:23).
- El juicio de ceguera sobre el mago Elimas (13:11).
- La curación por Pablo del tullido en Listra (14:10).
- La recuperación de Pablo tras haber sido apedreado en Listra (14:19, 20).
- La visión de Pablo del hombre de Macedonia pidiendo ayuda (16:9).
- La liberación por Pablo de la joven esclava endemoniada en Filipos (16:18).
- La liberación de Pablo y Silas de la cárcel de Filipos (16:26).
- La resurrección de Eutico por parte de Pablo (20:10, 11).
- La profecía de Ágabo (21:10, 11).
- Pablo, librado de una víbora en Malta (28:3–6).
- El padre de Publio, sanado de la fiebre (28:8).
- La curación de las enfermedades de otros (28:9).
Además de éstos, se dice que los apóstoles obraban prodigios y señales (2:43); que Esteban llevaba a cabo grandes prodigios y señales entre el pueblo (6:8); que Felipe obraba prodigios y señales (8:6, 13); Bernabé y Pablo obraron señales y prodigios (15:12); y Dios obró milagros por manos de Pablo (19:11). Al estudiar Hechos, se plantea naturalmente la pregunta: «¿Deberíamos esperar estos mismos milagros en nuestros días?». Hay dos extremos que se deben evitar al dar espuesta a esta pregunta. El primero es la postura de que por cuanto Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y por los siglos, deberíamos estar contemplando los mismos milagros que se daban en la iglesia primitiva.
El extremo opuesto es que los milagros eran solamente para los primeros días de la iglesia, y que no tenemos derecho a esperarlos hoy. Es cierto que Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (He. 13:8). Pero esto no significa que los métodos divinos jamás cambian. Las plagas que Dios empleó en Egipto, por ejemplo, nunca han vuelto a ser repetidas. Su poder es el mismo. Él puede seguir llevando a cabo cualquier clase de milagros. Pero esto no significa que Él tenga que llevar a cabo los mismos milagros en cada época. Él es un Dios de infinita variedad.
Por otra parte, no deberíamos dejar de lado los milagros como no siendo para la Era de la Iglesia. Es demasiado fácil asignar los milagros a compartimentos dispensacionales y contentarnos con vidas que nunca van más allá de la carne y de la sangre. Nuestras vidas deberían estar cargadas de poder sobrenatural. Deberíamos estar constantemente viendo la mano de Dios en las maravillosas convergencias de circunstancias. Deberíamos estar experimentando Su conducción de una manera maravillosa y Escritural. Deberíamos experimentar acontecimientos en nuestras vidas que van más allá de las leyes de la probabilidad. Deberíamos ser conscientes de que Dios está disponiendo contactos, abriendo puertas, predominando sobre la oposición. Nuestro servicio debería estar saturado de lo sobrenaturalmente divino.
Deberíamos poder ver respuestas directas a la oración. Cuando nuestras vidas tocan otras vidas, deberíamos ver algo sucediendo para Dios. Deberíamos ver Su mano en las averías, retardos, accidentes, pérdidas y aparentes tragedias. Deberíamos experimentar extraordinarias liberaciones y ser conscientes de un poder, valor, paz y sabiduría más allá de nuestros límites naturales. Si nuestras vidas son vividas sólo al nivel natural, ¿en qué somos diferentes de los no cristianos? La voluntad de Dios es que nuestras vidas sean sobrenaturales, que la vida de Jesucristo mane a través de nosotros.
Cuando esto suceda, las imposibilidades de desharán, las puertas cerradas se abrirán, y el poder se manifestará de manera patente. Entonces estaremos energizados por el Espíritu Santo y cuando vengan personas cerca de nosotros, serán influidas por la energía del Espíritu.
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