LA ELECCIÓN DIVINA
Por: DR. Félix Muñoz
Leer: (Efesios 1: 3-14)
La doctrina de la elección suscita graves problemas en la mente humana, por lo que deberíamos considerar más a fondo lo que la Biblia enseña (y no enseña) acerca de esta cuestión.
Primero, enseña que Dios desde luego escoge a hombres para salvación (2 Ts. 2:13). Se dirige a los creyentes como aquellos que son «elegidos según la presciencia de Dios» (1 P. 1:2). Nos enseña que las personas pueden saber si son elegidas por su respuesta al evangelio: los que lo oyen y creen son elegidos (1 Ts. 1:4–7).
Por otra parte, la Biblia nunca enseña que Dios elige a los hombres a la perdición. El hecho de que Él elija a algunos para salvación no implica que arbitrariamente condene a todo el resto. Él nunca condena a nadie que merezca ser salvo (y no hay nadie merecedor), pero sí salva a algunos que merecen ser condenados (y si hay todos merecedores). Cuando Pablo describe a los elegidos, habla de ellos como «vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria» (Ro. 9:23); pero cuando se vuelve a los perdidos, sencillamente dice: «vasos de ira preparados para destrucción» (Ro. 9:22). Dios prepara los vasos de misericordia para gloria, pero no prepara a los hombres para la destrucción; eso lo hacen ellos por sí mismos por su incredulidad.
La doctrina de la elección deja a Dios ser Dios. Él es soberano, es decir, puede hacer como le plazca, aunque nunca le place hacer nada injusto. Si fuesen dejados solos, todos los hombres se perderían. ¿Tiene Dios derecho a mostrar misericordia a algunos? Pero hay otro aspecto de esta cuestión. La misma Biblia que enseña la elección soberana enseña también la responsabilidad humana. Nadie puede usar la doctrina de la elección como excusa para no ser salvo. Dios hace un ofrecimiento genuino de salvación a todos en todas partes (Jn. 3:16; 3:36; 5:24; Ro. 10:9, 13). Cualquiera puede ser salvo arrepintiéndose de sus pecados y creyendo en el Señor Jesucristo.
Así, si alguien se pierde, se debe a que elige ser perdido, no porque Dios lo desee. El hecho es que la misma Biblia enseña la elección y la libre salvación para todos los que la reciban. Ambas doctrinas se encuentran en el mismo versículo: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, de ningún modo le echaré fuera» (Jn. 6:37). La primera mitad del versículo habla de la elección soberana de Dios; la segunda mitad extiende la oferta de misericordia a todos.
Así, si alguien se pierde, se debe a que elige ser perdido, no porque Dios lo desee. El hecho es que la misma Biblia enseña la elección y la libre salvación para todos los que la reciban. Ambas doctrinas se encuentran en el mismo versículo: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, de ningún modo le echaré fuera» (Jn. 6:37). La primera mitad del versículo habla de la elección soberana de Dios; la segunda mitad extiende la oferta de misericordia a todos.
Esto presenta una dificultad para la mente humana. ¿Cómo puede Dios escoger a algunos y sin embargo ofrecer la salvación libremente a todos los hombres? Francamente, eso es un misterio. Pero el misterio reside en nuestra parte, no en la de Dios. Lo mejor que podemos hacer es creer ambas doctrinas, por cuanto la Biblia enseña las dos. La verdad no se encuentra en algún punto intermedio entre la elección divina y el libre albedrío del hombre, sino en ambos extremos. W. G. Blaikie recapitula: "La soberanía divina, la responsabilidad humana y el libre y universal ofrecimiento de misericordia, todo ello se encuentra en las Escrituras, y aunque podamos no ser capaces de armonizarlo con nuestra lógica, todo ello debería tener un puesto en nuestras mentes".
Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor. Observemos primero el hecho positivo de la elección en las palabras nos escogió. Luego hay el aspecto posicional de la verdad, en él; es en la Persona y obra del Señor Jesús que se llevan a cabo todos los propósitos de Dios para con Su pueblo. El tiempo de la elección de Dios queda indicado con la expresión antes de la fundación del mundo. Y el propósito es que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor. Este propósito no se llevará totalmente a cabo hasta que estemos con Él en el cielo (1 Jn. 3:2).
En amor habiéndonos predestinado. Esto nos recuerda del singular afecto que impulsó a Dios a tratar con nosotros de una manera tan llena de gracia. Tenemos el hecho de nuestra gloriosa adopción en la frase habiéndonos predestinado, en su amor, a la adopción de hijos. En el NT, adopción significa la introducción del creyente en la familia de Dios como hijo maduro, adulto, con todos los privilegios y responsabilidades de la relación filial (Gá. 4:4–7). El Espíritu de adopción implanta en el creyente el instinto de dirigirse a Dios como Padre (Ro. 8:15).
Nuestra adopción de hijos es por medio de Jesucristo. Dios nunca podría habernos introducido en esta posición de intimidad y amor consigo mismo mientras estuviésemos en nuestros pecados. Por eso Jesús vino a la tierra, y mediante Su muerte, sepultura y resurrección arregló la cuestión del pecado para satisfacción de Dios. Es el valor infinito de Su sacrificio en el Calvario lo que provee una base justa sobre la que Dios puede adoptarnos como hijos.
Y todo ello es conforme al beneplácito de su voluntad. Este es el motivo soberano detrás de nuestra predestinación. Responde a la pregunta de, «¿Por qué lo hizo?». Sencillamente, porque fue Su beneplácito. No podía quedar satisfecho hasta que se hubiese rodeado de hijos, conformados a la imagen de Su Hijo unigénito, con Él y como Él para siempre.
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