LA SOBERANÍA DIVINA Y LA RESPONSABILIDAD HUMANA
Por: Dr. Félix Muñoz
Leer Romanos Cap. 9
En los capítulos 9–11 oímos la respuesta de Pablo al objetor judío que pregunta: ¿Acaso el evangelio, al prometer la salvación a los gentiles lo mismo que a los judíos, significa que Dios ha quebrantado Sus promesas a Su pueblo terrenal, los judíos? La respuesta de Pablo abarca el pasado de Israel (Rom cap. 9), su presente (Rom cap. 10) y su futuro (Rom cap. 11).
Esta sección da un gran énfasis a la soberanía divina y a la responsabilidad humana. Romanos 9 es uno de los pasajes clave de la Biblia acerca de la elección soberana de Dios. El siguiente capítulo expone la verdad equilibradora, la responsabilidad humana, con el mismo vigor.
Cuando afirmamos que Dios es soberano, significamos con ello que Él está al control del universo, y que puede hacer como le place. Al decir esto, sin embargo, sabemos que, por cuanto Él es Dios, nunca hará nada malo, injusto o torcido. Por ello, decir que Dios es soberano significa sencillamente dejar que Dios sea Dios. No deberíamos temer a esta verdad ni excusarnos por ella. Es una verdad gloriosa y debería conducirnos a la adoración. En Su soberanía, Dios ha decidido escoger a ciertas personas para que le pertenezcan. Pero la misma Biblia que enseña la elección soberana de Dios enseña también la responsabilidad humana.
Aunque es cierto que Dios escoge a personas a la salvación, también es cierto que ellos deben escoger ser salvos por una acción especial de la voluntad. La faceta divina de la salvación se da en estas palabras: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí». Y la faceta humana se ve en estas palabras: «Y al que a mí viene, de ningún modo lo echaré fuera» (Jn. 6:37). Como creyentes, nos regocijamos de que Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4). Pero creemos con la misma certeza que todo el que quiera puede tomar gratuitamente del agua de la vida (Ap. 22:17).
D. L. Moody ilustró así estas dos verdades: Cuando llegamos a la puerta de la salvación, vemos arriba la invitación: «Todo el que quiera puede entrar». Cuando traspasamos la puerta, miramos atrás, y vemos las palabras «Escogidos según la presciencia de Dios» sobre la puerta. Así, la verdad de la responsabilidad humana se enfrenta a las personas al acudir a la puerta de la salvación. La verdad de la elección soberana es una verdad de familia para los que ya han entrado. ¿Cómo puede Dios escoger a personas para que le pertenezcan y a la vez hacer una oferta genuina de salvación a todos en todo lugar? ¿Cómo podemos conciliar estas dos verdades? La realidad es que no podemos. Para la mente humana, están en conflicto.
Pero la Biblia enseña ambas doctrinas, y por ello debemos creerlas, satisfechos con saber que la dificultad reside en nuestras mentes, no en la de Dios. Estas verdades gemelas son como dos líneas paralelas que se encuentran sólo en el infinito. Algunos han intentado conciliar la elección soberana y la responsabilidad humana diciendo que Dios conoció anticipadamente los que confiarían en el Salvador y que estos son los que Él escogió para ser salvos. Esto lo basan en Romanos 8:29 («A los que de antemano conoció, también los predestinó») y en 1 Pedro 1:2 («elegidos según la presciencia de Dios Padre»). Pero con esto se pasa por alto que la presciencia de Dios es determinante. No se trata sólo de que sepa por adelantado quiénes confiarán en el Salvador, sino que predetermina el resultado atrayendo a ciertas personas a Sí mismo.
Aunque Dios escoge a algunos para ser salvos, nunca escoge a nadie para ser condenado. En otras palabras, aunque la Biblia enseña elección, nunca enseña la reprobación divina. Pero alguien puede objetar: «Si Dios escoge a algunos para bendición, entonces necesariamente escoge a otros para destrucción». ¡Pero no es cierto! Toda la raza humana quedó abocada a la condenación por su propio pecado, no por ningún decreto arbitrario de Dios. Si Dios dejase que todos fuesen al infierno y podría haberlo hecho, cada uno estaría recibiendo precisamente lo que merece. La cuestión es: «¿Tiene derecho el Señor soberano a descender y seleccionar a un puñado de personas por otra parte condenadas para que sean la esposa de Su Hijo?» La respuesta, naturalmente, es que tiene todo derecho.
De modo que todo se reduce a esto: si alguien se pierde, se debe a su propio pecado y rebelión; si alguien se salva, es debido a la soberana gracia electiva de Dios. Para aquel que es salvo, el tema de la elección soberana de Dios debería ser causa de una maravilla incesante. El creyente mira a su alrededor y contempla a gente con mejores caracteres, mejores personalidades y disposiciones que él, y se pregunta: «¿Por qué el Señor me escogió a mí?».
¿Por qué me diste oír Tu voz
Y entrar mientras hay lugar,Cuando miles deciden de modo miserableY prefieren morir a acudir a Ti?- Isaac Watts
La verdad de la elección no debería ser empleada por los inconversos para excusar su incredulidad. No deben decir: «Si no he sido elegido, nada hay que pueda hacer acerca de ello». La única forma de saber que ha sido elegido es arrepintiéndose de sus pecados y recibiendo al Señor Jesucristo como Salvador (1 Ts. 1:4–7). Tampoco deberían los cristianos emplear la verdad de la elección para excusar una falta de celo evangelístico. No debemos decir: «Si están elegidos, serán salvos de todas maneras». Sólo Dios sabe la identidad de los escogidos. A nosotros se nos ha ordenado predicar el evangelio a todo el mundo, porque la oferta de la salvación es una invitación genuina para todos. La gente rechaza el evangelio debido a la dureza de su corazón, no debido a que la invitación universal de Dios sea insincera.
Hay dos peligros que deben evitarse con respecto a esta cuestión. El primero es el de sostener sólo un aspecto de la realidad por ejemplo, creer en la elección soberana de Dios y negar que el hombre tenga ninguna elección responsable en relación con su salvación. El otro peligro es destacar excesivamente una verdad a costa de la otra. La perspectiva escrituraria es creer en la elección soberana de Dios y creer con la misma intensidad en la responsabilidad humana. Sólo de esta forma puede alguien mantener estas doctrinas en su equilibrio bíblico apropiado.
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