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9 ago 2015

TERRORISMO RELIGIOSO Y SOCIEDADES DE CONSUMO

TERRORISMO RELIGIOSO  Y SOCIEDADES DE CONSUMO
Lea una reflexión sobre el atentado del 11 de septiembre y el valor de la

vida humana en el mundo de Hoy

Extractos del libro Terrorismo Religioso

Las semillas de la tragedia estaban allí desde hace tiempo. A la vista de todos.



Lo mismo de expertos en materia de seguridad nacional que de medios de comunicación y dirigentes políticos.

El terrorismo religioso fanático que hizo su sorpresiva aparición en Washington y Nueva York el 11 de septiembre, es novedad en los Estados Unidos mas no en Argelia. Tampoco en Sudán ni en Indonesia. No se diga en Afganistán. No fue la falta de aplicación de más o mejor tecnología lo que pudo haber evitado la muerte de cerca de civiles de ochenta países distintos, y la posterior ola de bio-terrorismo con ántrax. Más bien, falló la comprensión de una ideología religiosa. Durante décadas, el pan-islamismo, un movimiento sectario minoritario y extremista que no representa a la mayoría de los musulmanes, había venido cometiendo actos de barbarie contra civiles, mujeres y niños desde el norte de África a las Filipinas, pasando por Irán y Pakistán. Los métodos, debe reconocerse, eran menos noticia más no por ello menos brutales. Habían producido, eso sí, sólo notas periodísticas de relleno que ocasionalmente ocupaban espacios mínimos en la prensa norteamericana.



No cabe duda. El bio-terrorismo con ántrax dirigido contra importantes instituciones y prominentes figuras públicas, y el impacto en vivo de un jet comercial contra el World Trade Center en un día de cielo limpio frente a las cámaras de video de los medios de información, es más espectacular que el degollamiento de un padre de familia frente a su esposa e hijas, y la posterior viola-ción de las mismas, quienes además de sufrir la mutilación genital, son luego forzadas a ser "esposas" del asesino de su padre. Bienvenidos al mundo de la Nueva Jihad.

Si en un caso hipotético se tuviese la opción de elegir entre esos dos trágicos destinos, muchos segura-mente preferirían una hora o minutos de pánico aéreo, y terminar su vida vaporizados al instante al chocar su avión, que ser las niñas del ejemplo que describí atrás. Pero esa es la realidad que viven y han experimentado por décadas las otras víctimas del extremismo islámico. Muchas, por cierto, practicantes del Islam, otras no, todas, por lo general pobres y de países del "tercer mundo".

El aspecto simbólico: atentar contra el World Trade Center construido en Manhattan, el corazón mismo de Nueva York, fue profanar el emblema de la hegemonía económica mundial de los Estados Unidos. Atacar al Pentágono, o sembrar esporas de ántrax en el edificio del Congreso y en la oficina del gobernador Pataky fue un desafío abierto a la potencia militar más importante del planeta, fue exhibir su vulnerabilidad ante los ojos de todo el mundo. Para una cultura que privilegia la comunicación a través de imágenes, símbolos como estos pueden ser desacralizados públicamente en minutos y provocar un efecto dominó que afecte dramáticamente la psique colectiva y la economía mundial. Los autores intelectuales de los atentados lo sabían. Más allá de la trágica cantidad de muertos, y del miedo que hoy aqueja a millones de personas, hay algo fundamentalmente torcido en la manera en que nuestras sociedades adjudican valor a símbolos de seguridad y prosperidad económica. La vida y dignidad de un ser humano per se, deberían tener suficiente peso para haber provocado a millones de personas a la indignación, a la compasión y a la acción desde hace muchos años. No tuvo suficiente valor en el caso del genocidio de Ruanda cuando se asesinó en ocho semanas a casi un millón de tutsis ante la mirada impasible de la ONU y de su presidente, el hoy Premio Nobel de la Paz, Kofi Annan. Tampoco durante décadas de brutal opresión y terror de guerrillas religiosas pseudo-musulmanas en Asia y África.



Para la sociedad contemporánea, mediatizada y consumista que se rige por la ética de economía de mercado y del estatus, las cosas sencillamente son distintas. Muchos muertos en un día, de manera brutal, sí, civiles e inocentes, sí, pero finalmente en su mayoría, de una determinada nacionalidad y con un cierto valor productivo. Muertos, muchos instantáneamente y quizás sin previo aviso (los que recibieron el impacto del primer choque contra el World Trade Center). Muertos, otros, en su intento desesperado por escapar antes de que su edificio se desplomara. Muertos de manera agonizante los que quizás sobrevivieron a la hecatombe, y fallecieron luego asfixiados por el polvo o por el humo, por las heridas sangrantes no atendidas; oyendo los quejidos de un amigo, pensando en sus seres queridos, sintiendo la desesperación, oyendo el ruido. De las voces, de las grúas, los ladridos de los perros de búsqueda, de los equipos de rescate. Muertos por inanición. Muertos hechos espectáculo.

La forma: súbita, en vivo, brutal. El lugar: el corazón mismo de Manhattan o en el Pentágono (la gente que murió en el avionazo en Pennsylvania el mismo día, no recibió ni un 10% de la atención). Pero sobre todo, muertos dentro del territorio de los Estados Unidos. La nacionalidad: la mayoría norteamericanos, aunque muchos eran de otros países. Su condición: civiles inocentes en su mayoría. El número: muchos. El tiempo: en un día. ¿El estatus?: numerosos altos ejecutivos, corredores de bolsa, jóvenes profesionistas con futuros promisorios, estudiantes, bomberos, rescatistas, actores y productores de TV, incluso periodistas. También, pero así, al final, trabajadores de limpieza y mantenimiento, inmigrantes e ilegales que buscaban un mejor futuro.

Todos estos elementos ciertamente explican el pasmo, el shock que sobrecogió a millones. Le dan su dimensión de tragedia, despiertan sentimientos de solidaridad humana de indignación, de pena. De profunda preocupación.

¿Por qué no ha existido ni el asomo de ese pasmo ante los mismos actos terroristas y cobardes, perpetrados por los mismos fanáticos sectarios en otros países? ¿Por qué no se endecha a las miles de víctimas civiles que ha provocado el bloque económico a Irak? ¿Por qué no hubo un clamor mundial por el genocidio de Ruanda que privó de la vida a cerca de un millón de personas en pocas semanas? ¿Por qué las víctimas están lejos?, ¿por qué carecen de poder adquisitivo?, ¿por qué ese formato de entretenimiento en que se da a conocer al mundo su realidad? Cuando el sufrimiento humano es trivializado, o su reconocimiento queda supeditado a factores como estatus, productividad y nacionalidad, es necesario cuestionar todo el paradigma de valores en que está sustentada la nueva cultura de la globalización, y nuestras nociones de progreso. En otras palabras, se necesita repensar la llamada civilización Occidental.

Este es un resumen del Libro Terrorismo Religioso.
Dr. Jorge Erdely.
Editorial Unilit. 2001.

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Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos - Jud 1:3 (RVR).

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