El ministerio pastoral está lleno de retos. En su peregrinaje hacia el cielo, cada pastor debe velar por su corazón y por el de todos aquellos que el Señor ha puesto bajo su cuidado: su esposa, sus hijos, su iglesia. La labor del pastor puede llegar a ser compleja y demandante… reuniones, consejerías, eventos, retiros, conflictos matrimoniales, finanzas, bodas, entierros, sermones… Ha de proteger al rebaño cuando rondan lobos disfrazados de oveja. Debe lidiar con cabras que desvían a los corderos hacia al acantilado. Muchos pastores ven cómo sus fuerzas se desgastan. Su tiempo de oración se ve mermado. Su esfuerzo en el estudio se debilita. Se apaga la ilusión, y aún las más pequeñas cosas terminan convirtiéndose en una pesada carga. Hay quienes se arrastran durante años soportando un ministerio seco… mientras otros abandonan por el camino… y entonces es cuando la iglesia se pregunta “¿Qué ha pasado? ¿Qué podríamos haber hecho por nuestro pastor?”.
Aunque en el ministerio, lo ideal es la pluralidad pastoral, lamentablemente muchos siervos del Señor están muy solos. Entonces, más que nunca, hemos de recordar el llamado de “cuidarnos los unos a los otros” expresado de tantas formas en la Palabra de Dios (cp. 1 Tes. 5:11; Santiago 5:16; 1 Pedro 1:22; Hebreos 3:13 y10:24…).
Querido hermano, huye del “consumismo evangélico” que te empuja a “usar” la iglesia y la atención de sus líderes. Si eres cristiano, tú no “vas” a la iglesia. Tú “eres” iglesia, y si el día de mañana Dios te pregunta por el bienestar de tu hermano –el pastor incluido- nunca podrás responder como Caín respondió: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4:9). Más bien pregúntate, ¿de qué manera puedes amar a tu pastor y cuidar de él? ¿Cómo puedo pastorear a mi pastor?
Como pastor, e hijo de pastor, quisiera compartir algunas áreas que he observado y en las que podemos cuidar de aquellos que cuidan a otros. Por favor, que quede claro que nada de todo esto lo escribo como indirecta para los miembros de mi propia iglesia (¡aunque harán bien en leer estas líneas!). Me mueve a escribir este artículo mi profunda preocupación por muchos pastores que están solos y abatidos, y la tristeza que siento cada vez que oigo que un predicador ha dejado su púlpito y su rebaño.
Veamos 12 consejos muy prácticos:
(1) Ora por él y por su familia. El diablo está muy interesado en derribar a los que están en lugares de liderazgo. Sabe que si ellos caen, puede hacer caer a muchos otros que tenían sus ojos puestos sobre ellos. Ora por tu pastor. Ora con tenacidad. Ora por su matrimonio. Ora por sus hijos. Ora por su vida de oración. Ora por que el Señor le fortalezca y avive. Ora por que tu pastor no caiga en desánimo ni pierda la ilusión. Ora por que el Señor le guarde de todo mal.
(2) Ama a tu pastor y a su esposa. Ámale, con un amor práctico. Ama a tu pastor de palabra, expresando tu afecto y cuidado. Pero también ámale con gestos y acciones concretas (1 Tesalonicenses 5:12-13). Que se sienta querido levantará su ánimo y le hará sentir parte del cuerpo de Cristo. Es el pastor, pero también es un hermano, y necesita del cariño y afecto de su familia espiritual. El rol del pastor es difícil, porque ha de ayudar a mucha gente, pero más difícil aún es el rol de aquella que ayuda al que ayuda. Si tienes oportunidad de cuidar de la esposa del pastor, hazlo; con tus palabras de ánimo, con tus oraciones, con tu servicio. A veces su marido llega tan agotado a casa, que ella tiene el difícil reto de levantar su espíritu. La esposa de un siervo del Señor necesita mucho de tus palabras de aliento.
(3) Vela por sus necesidades materiales. Hay pastores que prefieren ganar su sustento por otros medios (1 Tesalonicenses 2:9), y hay quienes no pueden ser sostenidos por la iglesia local. Sin embargo, vemos claramente en la Palabra que el obrero es digno de su salario (1 Timoteo 5:17-18). Es cierto –tristemente– que hay líderes religiosos que oprimen al rebaño para vivir con opulencia, y también es cierto que hay iglesias que pretenden que el pastor viva de las migajas que caen de la mesa. Ni una cosa ni la otra. La iglesia tiene la responsabilidad de sostener de una forma digna a su pastor y su familia, según sus necesidades y según la capacidad de la iglesia.
(4) Obedécele servicialmente. A veces es fácil obedecer, cuando entendemos el porqué se nos pide algo. Otras veces no es tan fácil, porque no lo entendemos, o no estamos de acuerdo. Confía en que tu pastor busca el bien del rebaño, sírvele con confianza. Dice la Palabra “Obedeced a vuestros pastores… porque ellos velan por vuestras almas… para que lo hagan con alegría, y no quejándose…” (Hebreos 13:17). Si hay en nosotros rebeldía, o insumisión, esto “no os es provechoso”. Será en detrimento del bien de toda la congregación y una fuerte traba en su ministerio.
(5) Protégele. No es un superhombre. Es humano. De carne y hueso. Está sujeto a las mismas tentaciones y amenazas que cualquiera de nosotros. ¿Qué peligros has visto rondando cerca de él? Tal vez su cansancio es demasiado grande… o su doctrina hace aguas… o un nuevo lobo ronda las ovejas… o un falso maestro siembra cizaña… o una mujer muy perfumada se le acerca peligrosamente… o todo eso a la vez… ¡Protégele! Habla con él, con su esposa, o con los demás pastores según sea el caso, pero no le dejes a su suerte (Hechos 20:28-31).
(6) Infórmale. Hay hombres a los que Dios realmente ha capacitado de una forma prodigiosa para el ministerio pastoral, pero aún así, ¡no tienen el don de la omnisciencia! El pastor no puede saber si un hermano está en casa enfermo, o de viaje, o abatido, o pasando una crisis familiar… pero se le puede tener informado. La tecnología de hoy día nos permite comunicarnos con suma facilidad. Tan solo un mensaje le permitirá saber al pastor cómo estás, cómo puede orar por ti, y cómo puede ayudarte mejor. Recuerda, que él debe dar cuentas a Dios por tu alma (Hebreos 13:17).
(7) Confía en aquellos en los que él confía. Los pastores de la iglesia tienen el reto de delegar ciertas tareas y funciones en otros hermanos: los diáconos, los líderes de jóvenes, los maestros, los líderes de ministerios… Es necesario aplicar el principio que Jetro dio a Moisés para que el pastor no se agote (Éxodo 18). Si el pastor ha puesto su confianza en alguien para cierta función, confía tú también en esa persona. Todos los asuntos no pueden llegar al pastor, y menos en una iglesia numerosa. Así qué, antes de pedirle o preguntarle algo al pastor, pregúntate a ti mismo: ¿Han delegado los pastores o los diáconos este asunto en alguien? Y si es así, confía en aquellos en los que el pastor confía.
(8) Recuérdale lo hermoso que es el pastorado. En el ministerio uno trata diariamente con dificultades de todo tipo, y el pastor fácilmente puede pensar que todo son solo problemas. Es demasiado fácil olvidar que el ministerio pastoral es un gozo y un honor. Recuérdale que Dios le ha llamado a la labor más preciosa de todas: anunciar todo el consejo de Dios, alcanzar a los perdidos con las Buenas Nuevas, y edificar a los creyentes con la Palabra. Recuérdale que sus esfuerzos tienen implicaciones eternas. Recuérdale que su vida y su labor están siendo usadas por Dios para seguir edificando su Iglesia.
(9) Explícale los frutos de su ministerio. Cuando el sembrador ve crecer el trigo, y ve cómo se dora al sol, tiene mucha satisfacción. Pero el fruto espiritual es invisible. Si en tu corazón hay gozo, o paz, o templanza, no se puede ver. Comparte con tu pastor lo que Dios está haciendo en tu vida a través de su ministerio. Tal como lo expresa el apóstol Pablo, “el que es enseñado en la Palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye” (Gálatas 6:6). El fruto espiritual en tu vida es una muestra de que el Señor está usando a tus pastores como instrumentos para tu edificación.
(10) Sé su amigo. La soledad del pastor puede llegar a ser muy profunda si solo habla con otros para tratar problemas. Acércate a él para explicarle otras cosas. Como harías con un amigo. Pregúntale cómo está. No es nada fácil. Lo sé. Es difícil ser amigo de alguien sin tiempo para la vida social. Exprésale tu cariño y amistad aunque no seas correspondido. Permítele que te diga que no cuando le quieras invitar a algo. No supongas que “no va a poder porque está siempre ocupado”. No supongas que su esposa no podrá, o que sus hijos no podrán. Toma la iniciativa, y permítele que te diga que no puede, aunque te lo diga muchas veces… En algún momento dirá que sí, y tendrá mucho gozo.
(11) Predica el Evangelio a sus hijos. Sí, has oído bien. A veces el pastor puede descuidar a los discípulos que tiene más cerca, y tristemente son muchos los hijos de pastores que se van al mundo. Otras veces el problema no es la negligencia, sino la familiaridad. Sin duda creemos que Dios es soberano en la salvación, pero humanamente hablando, ¿no será que sus hijos ya le tienen muy oído? El domingo escuchan desde el púlpito la misma voz que en casa les dice que han de hacer los deberes o arreglar su habitación. El domingo escuchan hablar de gozo y paz al mismo hombre que a veces ven en casa luchando con el desánimo y la ansiedad. Si el pastor les recuerda el evangelio a los tuyos, recuerda tú recordarles el evangelio a los suyos. Evangeliza a los hijos del pastor.
(12) Ayúdale a descansar. Después de lo intenso que es el domingo, el lunes es el momento de intentar reponer fuerzas lo antes posible. Ayuda a tu pastor a reservar el lunes para descansar. Si no es un tema de vida o muerte, no le llames un lunes. Ni le escribas tampoco. Ayúdale a proteger su tiempo de descanso, sus vacaciones, su tiempo familiar… En el ministerio el pastor gestiona su propia agenda y sus propias fuerzas, y es fácil caer en los dos extremos: la dejadez, o el activismo. Dile que es humano y que sus fuerzas son pocas. Ayúdale a huir del síndrome de “pequeño mesías” recordándole que Dios no depende de él para llevar a cabo sus planes.
David Barceló es pastor de la Iglesia Evangélica de la Gracia en Barcelona, España, desde sus inicios en el año 2005. Conferencista en varias ciudades de España y Latinoamérica. Felizmente casado con su esposa Elisabet, son padres de cuatro hijos, Moises, Daniel, Elisabet y Abraham.
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