“Si me dirijo hacia el este, no está allí;si me encamino al oeste, no lo encuentro.Si está ocupado en el norte, no lo veo;si se vuelve al sur, no alcanzo a percibirlo.” (Job 23:8-9)
¡Cuán fácil sería creer en Dios si se apareciera! ¡Qué conveniente poder apuntar a alguien concreto y decir: “¿Ves? ¡Te lo dije!”
Entonces, ¿por qué Dios se esconde? ¿Por qué no se aparece y ya? ¿Está detrás de un antifaz barato de espejuelos, una nariz plástica y un bigote falso?
El famosísimo ateo Bertrand Russell decía de forma punzante que, si se encontrase con Dios cara a cara cuando muriese, él demandaría una explicación de por qué Dios hizo la evidencia de Su existencia tan insuficiente. Es tentador pensar que esto es enteramente razonable. Sin embargo, es probable que la evidencia que demandemos de Dios sea relacionada con qué pensamos sobre Él y Sus propósitos. Esconderse no hace sentido si el objetivo de Dios es simplemente relacionarse con nosotros como un objeto del conocimiento y no con una amistad genuina ni amor paternal. Si el propósito divino es sólo reconocer que Dios existe (o sólo creer que existe), entonces me empatizo con el comentario de Russell al demandar evidencia.
Sin embargo, tiene que ver con cómo Dios quiere que nos relacionemos con Él. No sólo quiere que sepamos que existe – Él anhela algo más: glorificarse a través una relación personal con nosotros. Nosotros pedimos milagros y señales y muestras de Su poder porque, de seguro, esto probaría Su existencia, ¿cierto? Sin embargo, esto presenta un problema: Dios no sólo quiere que sepamos que existe – Él quiere glorificarse.
Si Dios hiciera que Su existencia fuese innegable, entonces fuesemos incapaces de amarlo por las razones correctas, si es que llegásemos a amarlo. Los grandes milagros y muestras de poder terminarían siendo actos intimidantes de parte de Dios; y sólo buscaríamos agradarle por temor a Su furor, no a buscar tener una relación con Él. En el amor, no hay temor (1 Juan 4:18). Dios nos ama y, para que nosotros podamos glorificarle, tenemos que amarlo también. Las personas que argumentan que los Cristianos creen en Dios por temor al infierno tienen un concepto errado de qué significa ser siervo de Cristo. Los Cristianos que sí creen en Dios por miedo al infierno, se pierden de la plenitud encontrada en un Dios que los ama.
Además, dado el caso de que Dios muestre todo Su poder, sólo un necio rechazaría la existencia de Dios, ¿cierto? El problema es que, la incapacidad de negar la existencia de Dios nos haría marionetas. ¿Se puede amar de verdad cuando eres obligado/a a decir “te amo”?
El filósofo Soren Kierkegaard describió este punto en una especie de parábola:
“Supongamos que hubo un rey que amó a una humilde sirvienta. El rey era único; todos temblaban ante su poder. Nadie se atrevía a susurrar una palabra en su contra, pues tenía las fuerzas para destruir a todos los que oponían. Sin embargo, este poderoso rey amaba a esta sirvienta. ¿Cómo él podría declarar su amor por ella? De una forma extraña, su realeza lo limitaba. Si la traía al palacio y la coronaba con joyas y vestidos reales, de seguro no resistiría – nadie lo resistía. Pero, ¿ella lo amaría?“Ella diría que lo amaba, por supuesto, pero, ¿lo haría de verdad? Si él cabalgase en su carroza real a la casucha en el bosque donde ella vive – eso también la abrumaría. El rey no quería un sujeto servil. Él quería una amante, un igual […] porque es sólo en el amor que lo desigual se hace igual.”
Claro, no es decir que Dios necesita nuesto amor – Dios sigue siendo Dios aunque nadie en el mundo lo amase. Pero, Él ha decidido amarnos – despojarse de Su gloria para acercarse a nosotros. Nos ha buscado para poder entrar en una relación con Él.
Esto significa que Dios no se mantiene escondido, sino que Él se ha revelado de una forma contundente, real, explícita.
¿Cómo?
La Creación – Romanos 1:20 nos dice que “[…] las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas […]”
Jesús – “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:14)
La belleza y la música – En una parte de su Argumento del Deseo para la Existencia de Dios, C.S. Lewis argumenta que nuestros gozos terrenales (como la belleza, la música, etc) no son fines en si mismos, y por eso nunca nos dejan completamente satisfechos y siempre buscamos más de estas cosas. Por eso nuestros estados de deseos incumplidos nos apuntan a Alguien que sí los puede satisfacer. Piénsalo: si el universo es el resultado de un accidente ciego y mecánico, ¿por qué tiene tanta belleza? ¿De dónde salió? Si somos meras “máquinas supervivientes” y nuestro propósito no es más que reproducirnos, ¿por qué podemos apreciar arte, música y la belleza que se puede descubrir dentro de una ecuación matemática o en la estructura de un ADN?
En fin, Dios no se esconde. Hace Su presencia conocida para que podamos enamorarnos más y más de Él. Él anhela que le glorifiquemos, adoremos y le amemos – no por miedo, sino por amor – porque Él nos amó primero.
“Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él.” (2 Crónicas 16:9)
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