TESTIMONIO INTERNO
EL ESPÍRITU SANTO ES QUIEN AUTENTICA LAS ESCRITURAS
¿Por qué creen los cristianos que la Biblia es la Palabra de Dios, un grupo de sesenta y seis libros que forman una sola obra edicada a nuestra instrucción, en la cual Dios nos revela la realidad de la redención por medio de Jesucristo, el Salvador? La respuesta es que Dios mismo ha confirmado esto por medio de lo que llamamos el “testimonio interno del Espíritu Santo”.
Ésta es la forma en que lo expresa la Confesión de Westminster (1647): El testimonio de la Iglesia nos puede mover e inducir a una alta y reverente estima de las Santas Escrituras. Y lo celestial que es su material, lo eficaz que es su doctrina, lo majestuoso que es su estilo, la concordancia entre todas sus partes, el motivo del todo (esto es, darle toda la gloria a Dios), el descubrimiento pleno que hace del único camino de salvación para el hombre, las otras excelencias incomparables, tan numerosas, y toda su perfección, son argumentos por medio de los cuales presenta abundantes evidencias de que es la Palabra de Dios; sin embargo, a pesar de todo esto, nuestra persuasión plena y seguridad con respecto a su infalible verdad y autoridad divina procede de la obra que hace el Espíritu Santo en nuestro interior, dándonos testimonio por medio de la Palabra y junto con ella en nuestro corazón. (1:5) El testimonio del Espíritu a favor de las Escrituras es semejante a su testimonio a favor de Jesús, del que encontramos que se habla en Juan 15:26 y 1 Juan 5:7 (cf. 1 Juan 2:20, 27).
No es cuestión de impartir información nueva, sino de iluminar unas mentes anteriormente oscurecidas para que disciernan la divinidad al darse cuenta del incomparable efecto que tiene: en un caso, el efecto provocado por el Jesús del Evangelio, y en el otro, el provocado por las palabras de las Santas Escrituras. El Espíritu resplandece en nuestro corazón para darnos la luz del conocimien to de la gloria de Dios, no sólo de manera que brille el rostro de Jesucristo (2 Corintios 4:6), sino también para que brillen las enseñanzas de las Santas Escrituras. La consecuencia de este testimonio es un estado mental en el cual tanto el Salvador como las Escrituras se nos evidencian a sí mismos como divinos—Jesús, una persona divina; las Escrituras, un producto divino—de una forma tan directa, inme- diata y cautivadora como aquélla en la que se nos ponen de evidencia los gustos y los colores, imponiéndose a nuestros sentidos.
En consecuencia, no nos sigue siendo posible dudar de la divinidad de Cristo o de la Biblia. Así es como Dios autentica ante nosotros las Santas Escrituras como Palabra suya; no por medio de alguna experiencia mística, o información secreta susurrada en privado en algún oído interior, ni tampoco por medio de los argumentos humanos solos (por fuertes que sean), o por el testimonio de la Iglesia solo (por impresionante que sea cada vez que contemplemos la historia de estos dos mil años pasados). Más bien, Dios lo hace por medio de la luz exploradora y el poder transformador que utilizan las Escrituras para dar evidencias de que son divinas. Los efectos que producen esta luz y este poder son en sí mismos el testimonio del Espíritu “por la Palabra y con la Palabra en nuestro corazón”.
Los argumentos, los testimonios de otras personas, y nuestras propias experiencias personales nos podrán preparar para recibir este testimonio, pero impartirlo, al igual que sucede con la fe en Cristo como Salvador divino, es prerrogativa exclusiva del Espíritu Santo en su soberanía. La iluminación del Espíritu, que da testimonio a favor de la divinidad de la Biblia, constituye una experiencia universal entre los cristianos, y así ha sido desde el principio, aunque muchos cristianos no hayan sabido ponerla en palabras, o manejar la Biblia de una manera que esté de acuerdo con ella.
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