“No me suelten, estoy endemoniado”; “si me dejan en libertad tengo que seguir matando, voy a seguir matando porque me lo ordena el Diablo”, dijo Sebastián Ezequiel Juárez.
Recluido bajo extremas medidas de seguridad en el pabellón psiquiátrico de la cárcel de Cruz del Eje, Sebastián Ezequiel Juárez (24) les implora a los médicos y agentes del Servicio Penitenciario de Córdoba (SPC) que no lo dejen libre: “No me suelten, estoy endemoniado”; “si me dejan en libertad tengo que seguir matando, voy a seguir matando porque me lo ordena el Diablo”, o “el Diablo me dijo que los matara”; son algunas de las frases que a diario repite el muchacho.
En enero pasado, Juárez asesinó en sólo 24 horas a dos personas: el viernes 16 a la mañana, le aplastó la cabeza con una roca a Graciela Miño (62) en el balneario Sol y Río, de Villa Carlos Paz; y el sábado 17, también temprano, decapitó a Felipe Salinas (70) en su casa rural de Cuesta Blanca, en el Valle de Punilla, cerca de Villa Carlos Paz.
Por estos dos crímenes horrendos, Juárez fue bautizado como “La bestia de las sierras”. La novedad en el caso es que finalizaron las pericias psicológicas y psiquiátricas hechas al sospechoso desde hace cinco meses y lo declararon inimputable, por lo que el fiscal de Villa Carlos Paz, Gustavo Marchetti, lo sobreseyó de los crímenes.
Los especialistas en salud mental concluyeron que padece una multipatología psiquiátrica que le impide tener conciencia de sus actos.
Juárez cayó preso horas después de haber asesinado a Felipe Salinas, cuando caminaba ensangrentado cerca del paraje Ojo de Agua, por la ruta 14, rumbo a Mina Clavero -en el límite entre los valles de Punilla y Traslasierra-, luego de que un hombre llamara a la Policía por el intento de robo de su auto.
Cuando fue detenido, el joven estaba desquiciado y con la ropa muy desarreglada. Además le retuvieron $ 3.000 que no supo justificar. No bien vio a los policías, les gritó: “Deténganme, estoy endemoniado y voy a seguir matando”. Los agentes no entendieron nada; hasta que desde la Fiscalía de Villa Carlos Paz les informaron que a pocos kilómetros de allí había sido encontrado un jubilado degollado.
Unos kilómetros antes, Juárez llegó en coche -presuntamente robado en un taller- hasta un puesto de artículos regionales: “Se me quedó el auto”, le dijo al puestero Sixto Pereyra.
Inmediatamente llegó otro automovilista y se ofreció a ayudar al viajero en apuros. Ni bien los dos vehículos estuvieron enganchados por una linga, Juárez intentó huir. El vecino impidió el robo y comenzó a luchar con el ladrón, quien ya tenía la ropa con manchas de sangre. Finalmente, Juárez escapó.
El fiscal Marchetti, que investigaba el crimen de Salinas, cuyo cadáver estaba descalzo y tenía la nariz destrozada, le adjudicó a Juárez este homicidio.
Al mismo tiempo le llegó al fiscal un dato sobre el caso de Graciela Miño, la mujer a la que una familia de turistas había encontrado muerta, con su cabeza reventada con un objeto duro: también estaba descalza y con su nariz destrozada. “Es el mismo homicida”, razonó Marchetti.
Ordenó entonces pericias genéticas a la ropa ensangrentada de Juárez para compararla con el ADN del hombre degollado. Semanas después, se confirmó que la sangre era de Salinas.
Tras ser apresado, “La bestia de las sierras” fue alojado en la Unidad Departamental Punilla de Villa Carlos Paz y luego en el complejo carcelario de Bouwer. Pero a la semana fue derivado al Centro Psico Asistencial (CPA), un establecimiento de salud mental destinado a pacientes en conflicto con la ley.
Meses después, tras un primer diagnóstico, y por la peligrosidad que representa para su propia persona y para terceros, Juárez fue trasladado al penal de Cruz del Eje, en el norte cordobés. Allí está alojado en el pabellón psiquiátrico, a la espera de lo que decida un juez.
Nacido en la ciudad santafesina de Frontera, pegada a la cordobesa de San Francisco -las separa una avenida-, Juárez tiene dos causas menores: una de noviembre de 2012 por resistencia a la autoridad; y otra de noviembre de 2014, por tentativa de robo y daño.
Había llegado a Villa Carlos Paz pocos días antes de los asesinatos; no tenía alojamiento fijo, y se ganaba la vida haciendo malabares en las esquinas, aprovechando la temporada. Contó que era brasileño y que había trabajado en un reconocido circo internacional. Su farsa terminaría en el horror.
Fuente: El Clarín
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