Siete síntomas sutiles del orgullo
Por: Fabienne Harford
El orgullo te puede matar. Para siempre. El orgullo es el pecado que probablemente te detiene más de clamar por un Salvador. Aquellos que piensan que están sanos no necesitan un médico.
El orgullo es tan peligroso y serio como difícil de detectar. Cuando se trata de diagnosticar nuestros propios corazones, a quienes tenemos la enfermedad del orgullo nos cuesta identificarla. El orgullo infecta nuestra visión, haciéndonos ver a nosotros mismos a través de un lente que colorea y distorsiona la realidad. El orgullo pintará, inclusive, nuestra fealdad en el pecado como algo hermoso y digno de elogio.
No podemos concluir que no luchamos con el orgullo sólo porque no vemos orgullo en nuestros corazones. Los tiempos de satisfacción cuando me doy palmaditas en la espalda por lo que hago bien son los momentos que más me deberían alarmar. Necesito tomar los lentes de la humildad de Cristo, recordando que nada bueno mora en mi carne, y examinar mi corazón buscando orgullo secreto y sus síntomas.
En su ensayo sobre el orgullo no detectado, Jonathan Edwards señala siete síntomas sigilosos de la infección del orgullo.
1. Señalamiento de faltas
Mientras que el orgullo nos lleva a filtrar el mal que vemos en nosotros mismos, también nos lleva a filtrar la bondad de Dios en la vida de los demás. Las filtramos permitiendo que sólo sus fallas moldeen nuestra percepción de ellos.
Cuando estoy escuchando un sermón o estudiando un pasaje, el orgullo impulsa la terrible tentación de evitar la obra del Espíritu en mi corazón, en lugar de eso quiero planificar una conversación potencial para las personas que según yo “realmente necesitan escuchar esto”.
Edwards escribe:
La persona espiritualmente orgullosa lo muestra hallando culpa en otros santos… El cristiano eminentemente humilde tiene mucho que hacer en su propia casa y ve tanta maldad en sí mismo que no puede estar muy ocupado con otros corazones.
2. Un espíritu severo
Aquellos que están enfermos de orgullo en sus corazones hablan de los pecados de otros con desprecio, irritación, frustración o juicio. El orgullo está escondido dentro de nuestro menosprecio de las luchas de los demás. Se oculta entre nuestras bromas sobre la “locura” de nuestro cónyuge. Incluso, puede estar al acecho en las oraciones que hacemos por nuestros amigos y que están – sutilmente o no – contaminadas con exasperada irritación.
Nuevamente Edwards escribe: “Los cristianos que no son más que compañeros de gusanos deberían al menos tratarse unos a otros con tanta humildad y mansedumbre como Cristo los trata”.
3. La superficialidad
Cuando el orgullo vive en nuestros corazones, estamos mucho más preocupados con las percepciones de los demás acerca de nosotros que de la realidad de nuestros corazones. Luchamos con los pecados que tienen un impacto sobre cómo otros nos ven, y hacemos la paz con los que nadie ve. Tenemos gran éxito en las áreas de la santidad que tienen la responsabilidad de gran visibilidad, pero poco interés por las disciplinas que suceden en secreto.
4. Una actitud defensiva
Los que permanecen en la fortaleza hallada solamente en la justicia de Cristo, encuentran un escondite seguro contra los ataques de los hombres y Satanás. La verdadera humildad no se sale de balance y tira en una postura defensiva por un reproche, sino que continúa en hacer el bien, encomendando el alma a nuestro fiel Creador.
Edwards dice: “Para el cristiano humilde, mientras más el mundo esté contra él, más callado y quieto estará, a menos que esté en su cuarto de oración, donde no estará callado”.
5. Presunción delante de Dios
La humildad se acerca a Dios con la humilde seguridad en Cristo Jesús. Si “humilde” o “seguridad” no están en esta ecuación, nuestros corazones muy bien podrían estar infectados con orgullo. Algunos de nosotros no tenemos falta de audacia delante de Dios, pero si no tenemos cuidado, podemos olvidar que Él es Dios.
Edwards escribe: “Algunos, en su gran regocijo ante Dios, no han prestado suficiente respecto a esa norma en el Salmo 2:11 -“Adoren al Señor con reverencia, y alégrense con temblor”.
Otros no sienten confianza delante de Dios. Lo cual suena a humildad, pero en realidad es otro síntoma del orgullo. En esos momentos, estamos testificando que creemos que nuestros pecados son más grandes que Su gracia. Dudamos del poder de la sangre de Cristo y estamos atrapados mirándonos a nosotros mismos en lugar de Cristo.
6. Desesperación por atención
El orgullo tiene hambre de atención, respeto y adoración en todas sus formas.
Quizás suena a presunción desvergonzada acerca de nosotros mismos. A lo mejor es sentirse incapaz de decir “no” a nadie porque deseamos ser necesitados. Quizás luce como estar obsesivamente sediento por el matrimonio – o fantasear con un matrimonio mejor – porque tienes hambre de ser adorado. Quizás se ve como ser cautivado por el deseo del automóvil correcto, o la casa correcta, o del título correcto: Todo porque buscas la gloria que viene de los hombres y no de Dios.
7. El descuido de otros
El orgullo prefiere algunas personas por encima de otras. Honra a los que el mundo considera dignos de honor, dándole más peso a sus palabras, sus deseos y sus necesidades. Hay una emoción que corre a través de mí cuando las personas con “poder” me reconocen. Consciente o inconscientemente pasamos por encima al débil, al que no nos conviene y consideramos poco atractivo, porque no parecen ofrecernos mucho.
Puede ser que la mayoría de nosotros luchamos con el orgullo más de lo que pensábamos.
Hay buenas noticias para el orgulloso. La confesión del orgullo señala el comienzo del fin del orgullo. Indica que ya se está librando la batalla. Porque sólo cuando el Espíritu de Dios se está moviendo, comenzando a humillarnos, podemos quitarnos los lentes del orgullo de nuestros ojos y vernos a nosotros mismos con claridad, identificando la enfermedad y buscando la cura.
Por la gracia de Dios, podemos volver una vez más al evangelio glorioso en el que estamos y hacer mucho de Él, incluso a través de identificar nuestro orgullo en todos los lugares que se escode dentro de nosotros. Así como mi orgullo oculto una vez me trasladó hacia la muerte, así el reconocimiento de mi propio orgullo me lleva a la vida al hacer que me aferre con más fuerza a la justicia de Cristo.
Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno. (Salmo 139:23-24).
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