El maestro y su responsabilidad a la luz de las
Escrituras.
Por: Dr. Félix Muñoz
Hermanos
míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor
condenación – Stg 3:1
En
la cultura judía, la profesión de maestro era muy valorada y respetada, y
muchos judíos que se había convertido querían ser maestros, Jacobo les advierte
que aunque era bueno aspirar a convertirse en maestro, la responsabilidad es muy
grande porque sus palabras y su ejemplo afectaran la vida espiritual/moral de los
demás de manera positiva o negativa.
Como
siempre tengo por costumbre, fijo mi atención expositivamente al hacer un análisis
histórico cultural gramatical en su propio contexto, para tener mejor compresión
del comunicado. El propósito de la carta era poner al descubierto las prácticas
hipócritas y mostrar la conducta correcta que Dios desea. Esta carta expresa la
preocupación de Jacobo por los hermanos creyentes perseguidos que en algún tiempo
fueron parte de la Iglesia en Jerusalén.
El
esquema contextual se puede dividir de esta forma:
1)
La
religión genuina (1:1-27).
2)
La
fe genuina (2:1-3:12).
3)
La
sabiduría genuina (3:13-5:20).
Es
de suma importancia comprender que este escrito es una obra maestra de
escritura didáctica. Tiene un intenso sabor judío, incluso en su referencia a
la asamblea cristiana (2:2, gr.) como «sinagoga» — sencillamente el término
griego para congregación, pero que pronto se emplearía de manera exclusiva para
las congregaciones judías, como en la actualidad. En cinco breves capítulos,
Santiago emplea treinta veces la naturaleza para ilustrar la verdad espiritual.
Aquí le vienen a uno a la mente las enseñanzas de nuestro Señor. Es una
Epístola muy práctica. Trata de temas muy impopulares, como el control de la
propia lengua, el peligro de adular a los ricos, y la necesidad de mostrar la
realidad de nuestra fe con nuestras vidas.
Esta
Carta se dirige a las doce tribus que están en la dispersión (Gr., Diáspora).
Estos destinatarios eran judíos de nacimiento, y pertenecían a las doce tribus
de Israel. Debido al pecado de Israel, el pueblo había sido echado de su tierra
nativa y estaba ahora dispersado por los países alrededor del Mediterráneo. La
dispersión original tuvo lugar cuando las diez tribus fueron llevadas al
cautiverio por los asirios, 721 a.C. Algunos de ellos volvieron a la tierra en
los días de Esdras y Nehemías, pero sólo un remanente. En el Día de
Pentecostés, visitaban Jerusalén judíos devotos procedentes de todas las
naciones del mundo entonces conocido (Hch. 2:4). A estos se les podría llamar
apropiadamente judíos de la dispersión. Pero con posterioridad tuvo lugar una
dispersión de judíos cristianos. En Hechos 8:1 leemos que los primitivos
cristianos (mayormente de linaje judío) fueron esparcidos por Judea y Samaria a
causa de las persecuciones de Saulo. Es a esta dispersión a la que se hace
referencia cuando leemos que los creyentes fueron echados a Fenicia, Chipre y
Antioquía. Por ello, los destinatarios de la carta de Santiago podrían haber
sido judíos que habían sido dispersados en cualquiera de estas ocasiones de
crisis.
Por
cuanto todos los creyentes somos extranjeros y peregrinos en este mundo (Fil.
3:20; 1 P. 2:11), podemos aplicarnos esta Carta, aunque no fuese escrita
directamente a nosotros. Una cuestión más difícil es saber si Santiago se está
dirigiendo a judíos no cristianos, a judíos que se habían convertido a Cristo,
o a ambos, judíos creyentes y no creyentes. Parece que el autor está
escribiendo primordialmente a creyentes genuinos, renacidos (1:18). Pero hay
veces en las que parece estar dirigiéndose a profesantes cristianos o incluso a
los inconversos. Ésta es una demostración de la fecha muy temprana de la carta.
La rotura entre los hebreos cristianos y los judíos no creyentes todavía no era
un hecho consumado.
Dice
Josefo que Santiago fue muerto en el 62, por lo que la Carta ha de ser anterior
a esta fecha. Por cuanto la Epístola ni menciona las decisiones acerca de la
ley adoptadas en el Concilio de Jerusalén (48 o 49 d.C.), reunión que presidió
Santiago (Hch. 15), se acepta muy ampliamente una fecha entre el 45 y el 48
d.C.
Aunque
puede que este fuese el primer libro del Nuevo Testamento en ser escrito, y
tiene por ello un intenso sabor judío, sus enseñanzas no deben ser relegadas a
otra época. Son de aplicación para nosotros hoy, y muy necesarias. Para
conseguir su propósito, Jacobo acude una y otra vez a las enseñanzas del Señor
Jesús en el Sermón del Monte (esta carta es paralela con el evangelio de
Mateo en las enseñanzas de Cristo). Esto se puede ver fácilmente en los
temas que expone:
A)
La
adversidad
B)
La
oración.
C)
El
ojo sencillo (el enfoque)
D)
Las
riquezas.
E)
La
ira.
F)
La
mera profesión.
G)
La
ley regia.
H)
La
misericordia.
I)
Fe
y obras.
J)
Raíz
y frutos.
K)
La
verdadera sabiduría.
L)
El
creyente pacificador.
M) Juzgar a otros.
N)
Tesoros
vanos.
O)
Y
los juramentos.
En
esta carta hay frecuentes referencias a la ley. Es llamada «la ley perfecta»
(1:25), «la ley regia» (2:8) y «la ley de la libertad» (2:12). Santiago no
enseña que sus lectores estén bajo la ley para salvación ni como norma de vida.
Más bien, se citan porciones de la ley como instrucción en justicia para
aquellos que están bajo la gracia (al igual que Cristo). En Santiago hay muchas
semejanzas a los libros de Proverbios. Lo mismo que Proverbios, su estilo es
tosco, vívido, gráfico y difícil de bosquejar. La palabra sabiduría aparece una
y otra vez.
Otra
palabra clave en Santiago es hermanos. Aparece quince veces, y nos recuerda que
Santiago está escribiendo a creyentes, aunque en ocasiones parezca dirigirse
también a los inconversos. En algunas formas, la carta de Santiago es la más
autoritaria en el Nuevo Testamento. Es decir, Santiago da instrucciones con
mayor profusión que cualquiera de los otros escritores. En el breve espacio de
ciento ocho versículos hay cincuenta y cuatro mandamientos (formas
imperativas).
En
el contexto inmediato podemos observar la línea temática:
I. SALUTACIÓN (1:1)
II. PRUEBAS Y TENTACIONES (1:2–17).
III. LA PALABRA DE DIOS (1:18–27).
IV. CONDENA DE LA PARCIALIDAD (2:1–13).
V. LA FE Y LAS OBRAS (2:14–26).
Los
dos primeros versículos del capítulo 3 tratan acerca de la lengua (también
mencionada en el mismo expuesto en 1:19, 26; 2:12; 4:11; 5:12). Así como los
médicos examinan la lengua del paciente como ayuda al diagnóstico, así Santiago
examina la salud espiritual de la persona mediante su conversación. El
diagnóstico de uno mismo comienza con los pecados de la lengua. Santiago
estaría de acuerdo con el moderno humorista que dijo: «¡Cuidado con la lengua!
¡Está en un lugar mojado donde es fácil resbalar!».
El
tema es introducido con una advertencia en contra del deseo apresurado de ser
maestros de la palabra de Dios. Aunque la lengua no es específicamente
mencionada, el pensamiento subyacente es que quien emplea su lengua en la
enseñanza de la Escritura asume una mayor responsabilidad delante de Dios y de
los hombres. Las palabras No os hagáis maestros muchos de vosotros puede
parafrasearse como: «No os volváis indebidamente ambiciosos de ser maestros». Esto
no debería ser interpretado como una prohibición contra el uso de su don por
parte de alguien que haya sido realmente llamado por Dios para enseñar. Es
sencillamente una advertencia de que este ministerio no debiera ser tomado a la
ligera. Los que enseñan la Palabra de
Verdad recibirán un juicio más severo si dejan de practicar lo que enseñan o si
llevan a su audiencia a practicar algo incorrecto fuera de su contexto. Es
una gran responsabilidad enseñar las Escrituras. El maestro ha de estar
preparado para obedecer lo que ve en la palabra. Nunca puede esperar guiar a
otros más allá de lo que él mismo ha practicado. El ámbito de su influencia
sobre otros quedará determinado por cuánto él mismo ha progresado. El maestro
engendra a otros a su propia imagen; los hace como a sí mismo. Si diluye o racionaliza
el claro sentido de cualquier pasaje de las Escrituras, estorba el crecimiento
de sus estudiantes. Si admite el pecado en cualquier forma, impulsa a vidas de
impiedad. Ningún otro libro hace tales demandas sobre sus lectores como el NT.
Demanda una entrega total a Jesucristo. Insiste en que Él ha de ser Señor de
todas las áreas de la vida del creyente. ¡Es cosa seria enseñar!.
Jacobo
(Santiago) hace uso de unas palabras clave en su expuesto, la primera es “no
os hagáis maestros”, esta es un presente imperativo, es un mandato
hacer algo, una acción continua y repetitiva, en este caso la acción es
negativa, una prohibición hacer algo, la palabra “maestros” del gr. “didaskalos”
es “instructor” es sustantivo de “didasko”
que significa “profesor” alude el
que imparte la materia informativa. En este caso Santiago exhorta a no
apresurase a ser maestro de algo lo cual todavía ni se entiende y mucho menos
se vive, es una orden a no cometer una acción equivocada. Por la sencilla razón
de que el maestro recibe mayor peso
por su alta responsabilidad. La siguiente palabra que va mano a mano con la
responsabilidad es “condenación” del gr. “krima”
la misma significa “decisión jurídica”,
alude “la función o el efecto en pro o en contra”, era utilizada para denotar
un crimen, proviene de “krino” que es “sentencia”, una
sentencia de castigo como consecuencia específica a una acción incorrecta. Aquí
no habla de la salvación del creyente, pero sí que ha de darle cuentas a Dios
por sus acciones. La realidad del asunto es que, ante los ojos de Dios “es un
Crimen descontextualizar las Escrituras invalidando la verdad con conceptos
humanos dogmáticos” – Dr.FM.
El
significado que tiene ser maestro. En el Antiguo Testamento el término maestro
puede referirse a menudo a un artesano, experto en su especialidad (p.ej. Éx
36.4; 2 Cr 2.7), pero en el Nuevo Testamento es un título que por lo general
indica uno que enseña, o sea, un instructor. En tiempos del poscautiverio las
escuelas solían reunirse en sinagogas, y los maestros eran frecuentemente escribas
o «doctores de la Ley» (cf. Lc 2.42; Hch 5.34). Tanto los discípulos de Cristo
como sus enemigos casi siempre le llamaban «Maestro» o «RABÍ», que significa lo mismo (p.ej., Mt
12.38; Mc 5.35; etc.). De ahí se considera como maestro uno que sirve de guía,
inclusive Pablo llama la Ley el «ayo», o maestro, que conduce al conocimiento
de Cristo (Gál 3.24). Un Rabí (en hebreo rab o rabbı́, que significa maestro).
Título honorífico surgido en el siglo I a.C. derivado del verbo Rabab que
significa, ser grande. Se aplicaba a jefes o maestros, pero luego llegó a ser
el término técnico aplicado a los tana im
˓ (doctores palestinenses de la Ley, ca. 20–220 d.C.) y sus sucesores, los amora im˓ (ca. 220–415 d.C.), cuya
interpretación casuística, llamada rabinismo, se ejemplifica abundantemente en
el Talmud y en los escritos midrásicos.
En
un nivel más sencillo, los discípulos de Juan el Bautista llamaron rabí a su
maestro (Jn 3:26). Los Evangelios lo reflejan frecuentemente con las palabras didáskalos y kathergetés, y ambas
significan «Maestro». Sin embargo, quizá la mejor traducción sea la de «maestro
y señor» (Jn 13:13; cf. el uso en Lucas de epistates
[señor] en 5:5; 8.24ss, etc.). Algunas veces los evangelistas simplemente
transcriben el título en su forma hebrea o bien aramea (Mt 23:7ss, etc.). Jesús
aceptaba ser reconocido como rabí (Jn 13:13), pero desaconsejaba a sus
discípulos aceptar el título, «porque uno es vuestro Maestro, el Cristo» (Mt
23:8). El clérigo judío, actualmente, se denomina «rabino», pero no es solo
pastor espiritual sino también «abogado» y «juez».
Los
sabios judíos también advertían en contra de enseñar el error, y reconocían que
los maestros serian juzgados estrictamente por desviar a otros. Algunos que
deseaban ser maestros de sabiduría estaban enseñando el tipo de sabiduría adoptada
por los judíos revolucionarios, que conducía a la violencia (por
ello en los versos subsiguientes lo afirma 3:13-18)
Jesús
alude el mismo mensaje que Jacobo, ya como dije anteriormente expresa las ideas
del Maestro paralelo con en el evangelio según Mateo (Mt. 12:37) «Porque
por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.»
En el caso de los creyentes, la pena por el habla ociosa ha sido pagada
mediante la muerte de Cristo; pero, nuestras palabras ociosas no confesadas y
no perdonadas resultarán en una pérdida de recompensa ante el Tribunal de
Cristo a causa de la mala dirección o daño que puede hacer al oyente. Muchos proverbios
ponen énfasis en la importancia de hablar con prudencia y señalan que el
silencio es mejor que las palabras desacertadas (p.ej. Prv. 10:11; 15:4;
17:27-28). Pero si había palabras que el judaísmo asociaba más que a otros con
la inmoralidad y el destino eterno, ellas eran la confesión básica de la condición
del único Dios en la “shemá” (oye Israel,
el Señor tu Dios uno es, Deut. 6:4; cf. Mc. 12:29); de todas las palabras
desatinadas que pudieran haber revelado la condición de los corazones, los
opositores de Jesús revelaron su corazón especialmente al rechazo del
testimonio Escrito. Al Cristo advertir sobre “serás condenado” Leví
utiliza en su evangelio la palabra “katadikadzo”
que significa “sentenciar en contra”,
pronunciar su culpabilidad, compuesta de “kata”
que es “en contra” y de “dikadzo” que
es “sentencia de juicio”, todo aquel que enseña las Escrituras de manera
incorrecta será culpable de cómo los oyentes se conducen de igual forma.
El
maestro debe ser sumamente cuidadoso, debe seguir ciertos pasos para que el
mensaje sea exactamente el que Dios transmitió en las Escrituras y no su
concepto personal sobre el mensaje divino, colocar el concepto propio por sobre
el mensaje divino es agregar humanismo e invalidar lo divino. Jamás un oyente podrá
crecer moral y espiritualmente a la estatura de Cristo sino se sigue el mismo patrón
divino establecido en las Escrituras. El propósito del maestro bíblico es
educar a los oyentes a ser discípulos de Cristo, y así seguir su ejemplo. El maestro
responsable debe:
- Estudiar correctamente las Escrituras en su contexto.
- Familiarizarse con el contexto literario e inmediato del texto bíblico.
- Analizar su léxico en su propio contexto.
- Conocer las fuentes históricas, culturales y todo lo que está envuelto en ello conforme al texto (eso incluye los personajes y sus inclinaciones) en su propio contexto.
- Entender que nada en las Escrituras se niega a sí mismo, no se puede hacer doctrina de un texto invalidando otros.
- Estar seguro de que ese es el mensaje que Dios quiso expresar.
- Exponer con claridad el mensaje para el claro y sano entendimiento sobre la Persona y obra de Jesucristo para el crecimiento de los creyentes.
El
maestro irresponsable hará todo lo contrario.
Educar/Predicar/Exponer
las Escrituras, es algo serio, porque las personas se conducirán en conformidad
a lo que creen, y si lo que creen no está ajustado a lo que las mismas
Escrituras enseñan, caminaran hacia el precipicio del error. Cada maestro tendrá
que dar cuentas a Dios.
-
Dr.
Félix Muñoz
www.vidayverdad.eu
Fuente: Facebook.com/dr.felixmunoz
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