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28 oct 2017

¿POR QUÉ PERMITIÓ DIOS QUE EL HOMBRE PECARA?





Es una pregunta que enreda a los nuevos conversos y aterroriza a los maestros de escuela dominical. De hecho, es un enigma con el que la mayoría de nosotros hemos luchado, y por buenas razones.

La caída de Adán no fue simplemente el primer pecado humano. Fue un acto desastroso para el mundo y la raza humana. Debido a la caída, “toda la humanidad… perdió la comunión con Dios, está bajo su ira y maldición, y así, es responsable de todas las miserias de esta vida, de la muerte misma, y de los dolores del infierno para siempre” (Catecismo menor de Westminster, p. 19).

¿Por qué permitiría Dios ese acontecimiento trágico, ese acto de rebelión flagrante, en pleno conocimiento de sus terribles consecuencias?

Un amigo me dijo: “Yo puedo responder eso con tres palabras: ¡No lo sé!”. Dejando de lado las bromas, su respuesta plantea una cuestión importante. ¿Sería un gran problema si no tuviéramos una buena respuesta a esa pregunta? ¿Nuestra incapacidad para responderla nos daría alguna razón para dudar del cristianismo?

Para nada. En realidad, cada cosmovisión plantea algunas preguntas que sus defensores no pueden contestar, por lo que la mera existencia de una pregunta sin respuesta (o una que no tenga respuesta) no necesariamente va en contra de una cosmovisión. Puede simplemente implicar una falta de información que, en el contexto de una cosmovisión cristiana, significaría una falta de revelación divina en ese punto en particular. Podríamos razonar de manera justificada así:
Dios permitió la caída.
Dios tiene buenas razones para todo lo que hace, incluyendo lo que permite.

Por lo tanto, Dios tenía buenas razones para permitir la caída, independientemente de que podamos o no discernir las razones.

La Escritura no nos dice directamente por qué permitió Dios que el pecado entrara en el mundo. Pero sí nos proporciona materiales a partir de los cuales podemos construir una explicación consistente y razonable.
Una mala respuesta

Una respuesta popular entre los cristianos es superficial y profundamente defectuosa. Dice que Dios permitió la caída porque quería dejar espacio para el libre albedrío humano. El libre albedrío es necesario para la virtud moral y las relaciones significativas, dice el argumento, pero abrió la posibilidad de que eligiéramos el mal en lugar del bien.

Esta respuesta es insuficiente para muchas razones. Voy a mencionar tres.

1. Tener libre albedrío no implica necesariamente la posibilidad de hacer el mal. Dios tiene libre albedrío, es moralmente virtuoso, y puede entablar relaciones significativas, pero es imposible para Él hacer el mal. ¿No podría Dios habernos concedido el mismo tipo de libertad no malévola?

2. Los cristianos generalmente están de acuerdo en que Dios sabía de antemano que Adán pecaría. ¿Pero Dios lo preordenó? Si respondemos que no, porque creemos que las decisiones humanas libres están más allá del control de Dios, no tiene mucho sentido preguntar por qué Dios permitió el pecado de Adán. Cualquier acontecimiento futuro que Dios conozca debe estar establecido de antemano, de tal manera que ni siquiera Dios podría cambiarlo. Sería “demasiado tarde” para que Dios lo prevenga o lo permita.

3. La Biblia deja en claro que las elecciones humanas libres no están más allá del control soberano de Dios (Gn. 50:20, Esd. 1:1, Pr. 21:1, Hch. 4: 27-28, Ef. 1). Estaba dentro del poder de Dios asegurarse que Adán obedeciera libremente en vez de desobedecer. Por lo tanto, estaba dentro del poder de Dios dar a Adán libre albedrío y asegurarse de que Adán no cayera, lo que significa que Dios debió haber tenido alguna otra razón para permitir la caída más allá del mero deseo de otorgar libre albedrío a sus criaturas.
¿Por qué Dios hace cosas?

Es vital considerar una pregunta más amplia: ¿Por qué Dios hace lo que hace? ¿Cuál es su propósito general en todo lo que hace? Si podemos responder a eso, arrojará alguna luz sobre nuestra preocupación más específica: las razones que Dios tiene para haber permitido la caída.

En cuanto al propósito de Dios al crear el mundo, no se ha dado una respuesta mejor que la desarrollada en el poderoso ensayo de Jonathan Edwards titulado: El fin por el cual Dios creó el mundo. Edwards argumenta que el Antiguo y el Nuevo Testamento presentan un cuadro consistente: Dios creó el mundo no principalmente para promover la felicidad humana, sino para manifestar su propia gloria. De hecho, el propósito de Dios al crear el mundo tenía que ser su propia gloria, porque Dios es por naturaleza el mayor bien y el fin último de todas las cosas. Seguramente Él está preocupado por la felicidad humana —esto no es un juego de suma cero—, pero nuestra felicidad sirve a un propósito más elevado al encontrar su verdadera satisfacción en la suprema bondad y belleza de Dios.

La Escritura también da una visión directa del propósito de Dios en la redención, más claramente a través de Pablo en Efesios 1. El apóstol usa tres cláusulas de propósito para describir las bendiciones salvíficas que Dios nos ha prodigado: “para alabanza de su gloriosa gracia” (v. 6), y (dos veces) “para alabanza de su gloria” (v. 12 y 14). Como en la creación, el propósito máximo de Dios en la redención es que sus atributos gloriosos sean exhibidos y celebrados.

El mismo tema aparece en Romanos 9:22-24, donde Pablo habla del propósito de Dios en la elección:

¿Y qué, si Dios, aunque dispuesto a demostrar Su ira y hacer notorio Su poder, soportó con mucha paciencia a los vasos de ira preparados para destrucción? Lo hizo para dar a conocer las riquezas de Su gloria sobre los vasos de misericordia, que de antemano El preparó para gloria, es decir, nosotros, a quienes también llamó, no sólo de entre los Judíos, sino también de entre los Gentiles.

El propósito supremo de Dios en todo lo que hace, entonces, es la manifestación de su gloria y el deleite de sus criaturas en su esplendor divino.

Oh, bendita caída

Si el propósito primordial de Dios en la creación y la redención es la exhibición de su gloria, ¿qué nos dice acerca de por qué permitió la caída? Tanto lógica como cronológicamente, la caída se produce entre la creación y la redención. Sin una creación no podría haber ninguna creación caída; sin una creación caída no podría haber creación redimida. La salvación presupone el pecado; la restauración presupone una caída. Por lo tanto, es razonable inferir que el propósito principal de Dios al permitir la caída fue mostrar su gloria tanto en la creación original como también en su poderosa y misericordiosa restauración de esa creación de su rebelión y corrupción.

Pero, ¿era realmente necesaria la redención para que Dios fuera glorificado? ¿No podría una creación no caída glorificar a Dios tanto como una creación restaurada?

Reflexionar sobre esta cuestión ha llevado a varios pensadores cristianos a desarrollar lo que se llama la teodicea llamada “O felix culpa” (literalmente: “Oh, culpa bendita”, y “teodicea” es una explicación de cómo Dios puede permitir el mal de una manera justa a sus ojos). La idea básica es la siguiente: si bien la caída fue un gran mal, hizo posible que Dios produjera bienes aún mayores a su paso: los bienes que glorifican a Dios en la encarnación, la expiación, la resurrección, y todas las bendiciones salvíficas que fluyen de ellos.

Uno podría pensar que una creación no caída sería preferible a una creación caída —si las dos cosas fueran iguales en todo sentido, eso sería cierto. Pero no son iguales, porque nuestro mundo no es meramente una creación caída. Es una creación caída en la cual el Hijo eterno de Dios ha entrado, adquiriendo la naturaleza humana, expresando perfectamente la semejanza de Dios entre nosotros, viviendo una vida moralmente perfecta, haciendo expiación por nuestros pecados a través de su muerte sacrificial, levantándose triunfante de la tumba, y ascendiendo al cielo, donde Él intercede y asegura continuamente para nosotros una eterna y alegre morada en la presencia de Dios.

Un mundo sin caída ni salvación glorifica menos a Dios que un mundo con una caída trágica, pero también con una maravillosa salvación.
¿Importa?

Dios ha ordenado un mundo en el que podemos conocerle y vivir íntimamente con él, no solo como creador, sino también como redentor. Aunque el adulterio es un pecado grave, el amor agradecido de un marido infiel que ha sido completamente perdonado y reconciliado con su esposa será más profundo y más rico incluso que el amor que experimentó y expresó el día de su boda.

Conocer la comunión con Dios siendo una criatura hecha a su imagen es una gran bendición; conocer la comunión con Dios como un pecador redimido, restaurado a la imagen de su Hijo es inconmensurablemente mayor.

Una vez que entendamos que tales glorias eternas no podrían haber sido realizadas aparte de la caída, podemos comenzar a apreciar la razón principal por la que nuestro creador sabio y lleno de gracia lo permitió.

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Vía: Coalición por el Evangelio.

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Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos - Jud 1:3 (RVR).

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