El cantante cristiano Alex Sampredo publicó hace poco (abril, 2020) dos vídeos sobre la doctrina del infierno, con poco menos de dos horas de duración entre ambos.
Refirió las tres posturas más conocidas sobre el infierno: la clásica, el universalismo y el aniquilacionismo. Sobre varias de las cosas cosas que dijo respecto del aniquilacionismo nosotros publicamos hace tiempo atrás un estudio en la mitad de una controversia con el conocido y hasta hoy hereje de E. Pacheco. Del universalismo no hicimos un análisis pero sí una breve referencia a una producción de Netflix que colocó dicha herejía en la mente sus suscriptores.
Aquí no vamos, por ende, a refutar a Sampedro sino ha advertir sobre la peligrosa visión que sostiene sobre la hermenéutica bíblica y las Escrituras.
Sampedro parte de algunas premisas clásicas progresistas:
- Que hay doctrinas que constituyen una barrera intelectual para mucha gente, y que es bueno revisarlas.
- Que no hay que imponerle nuestros dogmas a nadie.
- Que hay que darle una mirada virgen a los textos bíblicos.
- Que hay que deconstruir para construir.
- Que Dios no nos dio un manual de reglas o una teología sistemática, sino un libro creativo, dinámico y vivo.
Escuchándolo venía a mi mente el proceder de César Soto, pastor de una comunidad gay-friendly en Estados Unidos que estuvo trabajando antes en la organización de Jesús Adrian Romero. Soto comenzó despacio desde la Escritura y callándose varios de sus pensamientos que él sabía podrían escandalizar a su audiencia. Alguna vez me escribió en privado para advertirme que podía hablar de su enseñanza pero que no mencionara al instituto bíblico que lo había puesto al frente en México, porque era un «instituto conservador». Más tarde se fue a Texas a liderar una comunidad que apoya el movimiento gay.
Sampedro no es Soto. Pero hay ecos en su disertación que me hicieron pensar mucho en él. Sampedro, por ejemplo, dice en su primer vídeo que no dará su opinión. Que solo expondrá la postura clásica. En el segundo vídeo dice algo similar respecto del universalismo y el aniquilacionismo. Pero en realidad el primer vídeo es una refutación del infierno como un lugar de castigo eterno, posición que está sostenida ampliamente por la Biblia y por la historia de la Iglesia. Sampedro dice que durante los primeros 200 años de la Iglesia esta doctrina «no fue predominante». Una leída al excelente trabajo de Robert A. Peterson en su Hell on trial (1995, Edit. P & R), capítulos 6 y 7, bastarán para corregir este error. Junto a la doctrina de la Trinidad y la encarnación, la doctrina del tormento eterno fue propia de la fe de la iglesia desde sus inicios. Que fueran o no tema de análisis minucioso responde al hecho de que los desafíos a dichas doctrinas no se dieron desde el principio.
Sampedro dice: «Voy a exponer sin dar mi opinión» para luego guiar a su público a cuestionar esta doctrina bíblica del tormento eterno confesada ininterrumpidamente por consenso general hasta el siglo XIX. Ese proceder es el ordinario del movimiento emergente.
El cantante dice que «todos somos hijos de nuestro tiempo» queriendo proponer que la lectura del tormento eterno fue en realidad una lectura contextual más que un dogma extraído de la Biblia. Explíctamente dice: «El sufrimiento eterno contradice la Biblia».
Algo complicado de sus dos vídeos es que va intercalando veladamente su opinión con la supuesta exposición objetiva de las doctrinas. De repente no sabes qué está confesando él y qué está refiriendo como idea ajena. Atribuye a la Biblia «áreas grises» y sostiene que el infierno es una de ellas. No solo eso: usa 1 Co.13:12 para apoyar su tesis.
Sampedro coloca las tres doctrinas (la bíblica o clásica, el aniquilacionismo y el universalismo) como válidas hasta cierto punto. Y dice que «creamos lo que creamos es importante que tengamos este celo por predicar las buenas nuevas». Esta forma de pensar, teológicamente elástica, está revestida de la ambigüedad más peligrosa que se pueda uno imaginar. La doctrina del infierno no es una doctrina secundaria. El universalismo, por ejemplo, niega doctrinas cruciales para la salvación y hace una violencia escandalosa al texto revelado. Decir que «creamos lo que creamos» hay que predicar el evangelio es pueril y un consejo avernal.
Parece que el cantante intentó salvaguardarse de las objeciones apelando, pues, a la supuesta falta de claridad de la Biblia en el tema del infierno, invocando la fórmula «no daré mi opinión, sino solo expondré el tema», y al mismo tiempo filtrando sus ideas. Alguien le comentó que le agradecía que estuviera tocando el tema de forma «tan pastoral». De hecho no tiene nada de pastoral. Es lo contrario a lo que un pastor debe hacer, que es «manejar con precisión la palabra de verdad» (2 Ti. 2:15). El yerro de Sampedro no es que se declarase escéptico de esta o la otra doctrina, sino que dijera que no daría su postura mientras elaboró y sembró la duda en sus oyentes, duda que dice que Dios «respetó» en hombres como Habacuc.
Por último, Sampedro dice que «no hay rastro de la doctrina del infierno en las cartas a los gentiles» y que Jesús habló públicamente del tema «a lo mucho tres o cuatro veces». Sobre esto último hay poco que decir excepto que su lectura está oscilando hacia el espectro neo-ortodoxo con mucha rapidez. De lo primero el fabuloso análisis del profesor James E. Rosscup titulado Paul’s concept of eternal punishment nos librará de este otro garrafal error hermenéutico.
El Dr. Abner Chou explica que la hermenéutica es un asunto moral. Está en entredicho la naturaleza de Dios y su verdad. Dios no miente. Las Escrituras fueron reveladas con el propósito de ser entendidas. Que algo sea difícil de entender no significa que sea oscuro. Las cosas claras también a veces son complicadas de aprender. La tesis de las «áreas grises» en el lenguaje emergente son licencias que se dan para enseñar prácticamente lo que desean desechando la hermenéutica literal, gramatical e histórica de la Palabra de Dios.
John Stott confesó el aniquilacionismo en algún punto. Pero si algo debe aprender Sampedro de John Stott, a quien cita varias ocasiones como apoyo para su ambigüedad, es que al menos confesó sus creencias asumiendo los costos. Sampedro dice que declarar que nosotros tenemos la razón y otros no, «es demasiado pretensioso». Por eso invito a los lectores a considerar estas palabras y huir de ellas, sobre todo en un mundo donde la verdad está siendo atacada desde todos los frentes. Nunca ha sido tiempo para la ambigüedad. Menos ahora.
Fuente: https://jpaulomartinez.com
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